LITERATURA

 

 

 

 

 

 

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Ex Presidente Obama Publica Nuevo y Revelador Libro. Hay Quienes lo Definen como un Ajuste de

Cuentas con los

Republicanos

 

Barack Obama asegura en su nueva biografía, que salió a la venta hace pocos días, que cree que su victoria como primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos tuvo un papel importante en el advenimiento de la ola populista que aupó a Donald Trump a la presidencia en 2016. «Era como si mi sola presencia en la Casa Blanca hubiera despertado un pánico profundamente arraigado, una sensación de que el orden natural había sido alterado», escribe Obama en estas memorias, tituladas «Tierra prometida» (Penguin Random House). 

 

La relación entre ambos mandatarios ha sido tensa, por decir algo. Según revela en su libro Obama, Trump se ofreció en 2010 a coordinar la respuesta del gobierno federal al vertido de petróleo de BP en el golfo de México, una propuesta que fue amablemente rechazada. Después, el magnate circuló la idea de construir un salón de baile dentro de la Casa Blanca, una oferta que tuvo la misma respuesta. Entonces, según Obama, llegó la campaña de un Trump resentido en su contra.

 

«Donald Trump comenzó a circular alegaciones de que yo no había nacido en EE.UU. y, por lo tanto, era un presidente ilegítimo. A millones de estadounidenses asustados por tener a un hombre negro en la Casa Blanca, les prometió un remedio para sus miedos raciales», escribe Obama. El expresidente se vio obligado a hacer público su certificado de nacimiento y se burló de Trump en la cena de los corresponsales de la Casa Blanca de 2011, en la que este último estaba presente. En seis años, le sucedería en la presidencia.

 

Obama afirma que en principio no se tomó en serio las provocaciones de Trump, que entendió como una versión exagerada de los intentos del Partido Republicano de explotar los miedos de muchos estadounidenses blancos sobre el hecho de tener un primer presidente negro. Esta estrategia, según él, viró de los extremos al centro del partido.

 

«A millones de estadounidenses asustados por tener a un hombre negro en la Casa Blanca, [Trump] les prometió un remedio para sus miedos raciales»

 

«En ese sentido, no había mucha diferencia entre Trump y [John] Boehner o [Mitch] McConnell. Ellos también entendieron que en realidad no importaba si lo que decían era cierto», escribe Obama en referencia a los líderes republicanos de entonces en la Cámara de Representantes y el Senado. El expresidente añade: «De hecho, la única diferencia entre el estilo de política de Trump y el de ellos fue la falta de inhibiciones de Trump».

 

Para Obama, Trump es la guinda de un pastel que comenzó a hornearse en el momento en que él se presentó a las elecciones. Una muestra del rechazo que provocó entre las bases republicanas es la elección de Sarah Palin, la exgobernadora de Alaska, como candidata a la vicepresidencia con John McCain.

 

Obama, que la describe como inepta, es especialmente duro con ella. «A través de Palin, parecía como si los fantasmas oscuros que durante mucho tiempo habían estado al acecho en los márgenes del Partido Republicano moderno (xenofobia, antiintelectualismo, teorías de conspiración, paranoia, una antipatía hacia razas negras y oscuras) hallaron su camino hacia el centro del escenario político», escribe Obama.

 

Elogios sobre Biden

 

Obama no recuerda a todos los republicanos del mismo modo. En sus memorias detalla su buena relación con su antecesor, George W. Bush, con quien fue extremadamente crítico en su campaña a la presidencia en 2008, en especial por la guerra de Irak y la gestión de los efectos del huracán Katrina. Pero el traspaso de poderes «ya sea por su respeto por las instituciones, las lecciones aprendidas de su padre, los malos recuerdos de su propio traspaso de poderes o simplemente por su decencia, el presidente Bush terminaría haciendo todo lo posible para que las 11 semanas entre mi elección y su partida transcurrieran sin problemas», escribió Obama.

 

Ahora, Trump está bloqueando el traspaso de poderes al negarse a aceptar el triunfo de Joe Biden en las elecciones. Obama alaba profusamente a Biden, que fue su vicepresidente del principio al final, aunque en 2016 se opuso calladamente a que tomara las riendas del partido para que pudiera hacerlo Hillary Clinton, a quien él mismo derrotó en las primarias de 2008.

 

Sobre Biden, Obama dice que es un negociador nato, un conciliador, por eso le eligió como enlace con el Capitolio, un emisario siempre de fiar.

 

«Una de las razones por las que había elegido a Joe para actuar como intermediario, además de su experiencia en el Senado y su experiencia en el poder legislativo, era mi convencimiento de que, en la mente de McConnell [el líder republicano], las negociaciones con el vicepresidente no enardecían a las bases republicanas de la misma manera que cualquier cooperación con Obama (negro, musulmán, socialista)», escribe el presidente de sí mismo.

 

Esta es la tercera autobiografía de Obama. La primera fue «Sueños de mi padre» en 1995 y la segunda fue «La audacia de la esperanza», en 2006. Michelle Obama publicó sus propias memorias, «Mi historia», en 2018, un libro que fue un éxito de ventas. Según varios medios de EE.UU., Penguin Random House pagó a los dos Obama juntos un anticipo de 65 millones de dólares (55 millones de euros) por sus memorias.

Sale a la Venta Libro sobre el Salón Kitty, el Famoso Burdel de las SS durante la Alemania Nazi

 

Documentos y memorias reconstruyen el Salón Kitty, en el que las SS espiaron a políticos y diplomáticos

 

Pocas direcciones de Berlín han sido objeto de tantas leyendas como el tercer piso del número 11 de la calle Giesebrecht. Allí fue inaugurado a principios de 1930 el burdel de Katherina Schmidt, el Salón Kitty, un establecimiento en el que se empleaban prostitutas llegadas desde Polonia y Checoslovaquia, en los restos del extinguido Imperio Austrohúngaro.

 

Los nazis no entrarían en el parlamento hasta septiembre de ese año, y en la capital alemana se vivían todavía los rescoldos de los locos años 20, de manera que un burdel era una oportunidad de negocio próspero y socorrido para una mujer como Schmidt, profesora de música ya entrada en la cuarentena y que había vivido largos años en Bombay, París y en el sur de Francia. Había sido durante esos años en el extranjero cuando había entrado en contacto con diplomáticos, políticos y hombres de negocios, familiarizándose con ciertos hábitos en los que creyó descubrir una actividad más lucrativa que las clases de piano y canto con las que entretenía a las hijas de estos, de manera que decidió regresar a Berlín y poner en marcha un local que desde el principio gozó de la clientela más exclusiva. El precio mínimo de un servicio en el Salón Kitty era de 200 marcos de la época.

 

Las malas lenguas dicen que fue Lina Heydrich, la mujer del jefe de la Gestapo, la que trató de salvar su honrilla tras descubrir que su marido era cliente del Salón Kitty, convirtiendo esas incursiones en visitas de trabajo. Esa versión le atribuye la idea de convertir el burdel en un centro de espionaje. Lo que Kitty contó a sus herederos, sin embargo, es que fue descubierta tratando de prestar ayuda a unos judíos que intentaban huir de Alemania y la Gestapo forzó la reconversión con un chantaje: o eso o la enviaban a un campo de concentración. Lo cierto es que, en 1939, Heydrich se hizo cargo de la dirección del chiringuito y empezó por un cambio de personal.

 

Polacas y checas fueron expulsadas, al tiempo que se reclutaba a mujeres de perfecta raza aria a las que se entrenó en las técnicas de seducción y espionaje. El equipo de psicólogos, médicos e intérpretes que seleccionó a las candidatas rebuscó en todos los burdeles de Berlín aspirantes que cumpliesen ciertas características: «debían ser inteligentes, tener buen conocimiento de idiomas extranjeros, ser nazis convencidas y estar locas». Las 20 seleccionadas fueron instruidas en el arte de sonsacar información e incluso entrenadas para hacer grabaciones, pero la parte técnica no resultó suficientemente compatible con las tareas simultáneas, y Heydrich, gran optimizador como demostró en la solución final, optó por convertir el sótano del edificio en una estación de escuchas conectado con cada una de las habitaciones. Al final de cada jornada, las chicas debían rellenar detallados cuestionarios e informes sobre actividades y conversaciones.

 

Urs Brunner y Julia Schrammel han hecho un minucioso esfuerzo por separar la leyenda de la historia en el libro «Salón Kitty», a la venta esta semana en Alemania y sobre el que trabaja ya una gran productora para una serie de reparto internacional. Basándose en documentos, memorias y testimonios de algunos supervivientes, han perfilado la actividad real de un burdel que, en el año 1940, atendió a unos 10.000 clientes, unos 30 por día, entre los que, efectivamente, figuraban altos cargos del partido nazi, empresarios de diversas nacionalidades y algún diplomático.

 

«El proyecto de centro de espionaje no fue muy exitoso, a la visa de los procesos que surgieron de sus averiguaciones con el paso de los años», dice Julia Schrammel, «la estadística demuestra que más bien fue utilizado como un lugar de caza, donde se tendían trampas a enemigos políticos que, relajados por las chicas y el alcohol, expresaban en voz alta críticas a Hitler o a sus excesos». Su descripción de la actividad del Kitty durante los años cuarenta recuerda más a Villarejo que a Enigma, y las evidencias documentales desmontan algunos de los grandes mitos sobre el burdel. «En cuando empezaron a caer los primeros nazis cazados en el Kitty, el resto de la cúpula del partido se dio cuenta y no solo dejó de frecuentar el local, sino que, además, comenzó a tratar a los Heydrich como unos apestados», explica Schrammel.

 

Mitos y verdades

 

En el limbo quedan algunas visitas sobre las que abundaron los rumores legendarios, como la de Serrano Suñer, ministro de Exteriores de Franco, «el cuñadísimo», durante su viaje a Berlín en octubre de 1940, que pudo haber sido invitado pero también advertido a tiempo por el entonces embajador español, Eugenio Espinosa de los Monteros. «Después de la caída del Tercer Reich, no se encontraron rastros de registros o actas de reuniones, aunque eso no tiene por qué significar que no existiesen. Podrían haber sido destruidos en bombardeos o eliminados deliberadamente en las últimas semanas de la guerra». Algunas informaciones supuestamente basadas en los archivos de la Stasi no pudieron ser verificadas tras la caída de la RDA. Liesel Ackermann, que trabajó en Salón Kitty desde 1940 hasta 1945, no mencionó nunca al español.

 

Sí hay constancia documental de las visitas del ministro de Exteriores italiano, el conde Ciano yerno de Mussolini, que durante una de sus visitas al Kitty, durante las que «no se quitaba en ningún momento sus calcetines negros», reveló que a él y a su suegro les gustaba divertirse con Adolf Hitler, a quien llamaban «payaso».

 

Entre los invitados alemanes, un asiduo fue el líder deportivo del Reich, Hans von Tschammer und Osten. Joseph Sepp Dietrich, general de las Waffen-SS, fue también invitado y aprovechó la ocasión para cerrar el local con las veinte chicas solo para él. Que el Salón Kitty era un estudio de sadomasoquismo, en el que los jerarcas nazis suplicaban castigo y humillación, es un fake difundido por la película de Tinto Brass «Los caballeros eran completamente normales». Más bien terminó siendo un burdel estigmatizado en el que todo el mundo sabía de las escuchas. El agente británico Roger Wilson había logrado convencer a una de las prostitutas, y el servicio secreto británico llegó a estar al tanto de visitas y conversaciones. En 1942, tras un decepcionante informe de rendimientos, las SS se retiraron de la Giesebrechtstrasse. Heydrich murió poco después, y el edificio quedó parcialmente destruido en un bombardeo. A Kitty se le permitió continuar con su negocio en la planta baja, con la condición de guardar silencio, y así lo hizo hasta su muerte, en 1954. Su hija Kathleen convirtió el negocio en una pensión. Y cuando dejó de funcionar, pasó a ser albergue de refugiados. Pero los vecinos protestaron porque se devaluaba con ello el edificio, y fue definitivamente cerrado en 1994.

Exitoso Libro sobre la Reunificación Alemana, escrito por el Historiador

Heinrich August Winkler

 

El libro que se ha convertido en un best seller alemán, en este 30º aniversario de la reunificación, comienza recordando la frase pronunciada el 3 de octubre de 1990 por el entonces presidente de Alemania, Richard von Weizsäcker: «Ha llegado el día en el que, por primera vez en la historia, toda Alemania ha encontrado su lugar entre las democracias occidentales». Así da comienzo una reflexión sobre la tensión sostenida que a lo largo de la historia del país han mantenido entre sí los conceptos de unidad y de libertad, para concluir que solo tras la caída del Muro de Berlín y el reencuentro de las dos Alemanias pudieron cobrar la unidad y la libertad una entidad conjunta. 

 

El autor de este libro, «Wie wir wurden, was wir sind» (Cómo nos convertimos en lo que somos), es Heinrich August Winkler, prestigioso historiador berlinés ligado a la Universidad Humboldt, que en la primavera de 1945 tenía seis años y que en mayo de 2015, en su discurso institucional en los actos conmemorativos del 70º aniversario del final de la II Guerra Mundial, quiso fijar un final abierto de la historia, al afirmar que cada generación encontraría su propio enfoque de la historia alemana.

 

Hoy Winkler subraya que el éxito de la reunificación no habría sido posible sin el apoyo de las democracias occidentales y explica por qué los alemanes orientales siguen calificando ese proceso en las encuestas como «incompleto».

«El éxito tuvo mucho que ver con el hecho de que, a diferencia de la República de Weimar, la democracia en la República Federal se basaba conscientemente en muchos aspectos en el ejemplo de las democracias anglosajonas.

 

En el Consejo Parlamentario de Bonn, que redactó la Ley Fundamental en 1948/49, los supervivientes de Weimar sacaron conclusiones antitotalitarias de la catástrofe alemana. Nunca debería volver a haber una dictadura, pero tampoco debería volver a haber una democracia neutral respecto a su propia vigencia», justifica la necesidad de que las democracias se protejan de los enemigos internos. «En la zona de ocupación soviética y más tarde en la RDA, solo se extrajeron las llamadas conclusiones antifascistas de la catástrofe alemana. Aquel antifascismo se correspondía perfectamente con la autoevaluación del Partido Comunista, que había vivido los años del “Tercer Reich” en el exilio en Moscú y ahora se sentía parte del campo victorioso. Inocularon la idea de que el gran capital y la propiedad territorial eran los partidarios del fascismo y partiendo de esa asociación procedieron a la expropiación de la propiedad y la industria a gran escala, sin un examen autocrítico del pasado nacional».

 

Desafío nacional alemán

 

A la gran pregunta que sobrevuela este 30º aniversario, sobre el incuestionable crecimiento de movimientos políticos y sociales antieuropeos, antiextranjeros y nacionalistas en los Bundesländer orientales, Winkler responde que «en la población de Alemania del Este, la antigua visión nacional alemana de la historia, como era común en la Alemania guillermina y la República de Weimar, puede continuar viviendo sin ser cuestionada. Cualquiera que se pregunte sobre los lemas que Pegida utilizó en Dresde en los últimos años encontrará una explicación de lo que a primera vista parece ser una continuidad paradójica de los prejuicios nacionales y antioccidentales alemanes. Por eso AfD es relativamente fuerte en el Este: apela al desafío nacional alemán, que apenas pervive en Alemania Occidental, pero que es mucho más presente en los nuevos estados».

 

Su propia vida, que relata detalladamente en una autobiografía en cinco tomos de próxima publicación, es testigo de cómo el pueblo alemán deseó desde el primer momento la reunificación y el régimen comunista la hizo imposible durante décadas. «Stalin murió en marzo de 1953, el tiempo de Chruschtschow, la dinámica totalitaria que describió Richard Löwenthal consistía en el terror de las masas y en una obsesión tecnocrática por superar económicamente a la Alemania occidental, asentada solamente sobre el control de la población a través de la Stasi.

 

En su exitoso ensayo, en el que resume la historia alemana en 232 amenas páginas, defiende que la «cuestión alemana» pasó a ser la «cuestión europea» tras la caída del Muro y dice también que «la crisis de la unión monetaria fue solamente una de las crisis de la UE en la segunda década del siglo XXI», situándola al mismo nivel que la llegada de gobiernos nacionalistas a Hungría y Polonia y por detrás del Brexit.

Michael Cohen, ex Abogado de Donald Trump, lo Cataloga  "Racista y Matón" y estaría Dispuesto a Atestiguar

contra Él

 

"Desleal", es el Título del Libro que Pronto saldrá a la Venta en los Estados Unidos, escrito por Cohen

 

Ante una serie de libros con escandalosas alegaciones y una sorprendente escasez de fondos en su campaña electoral, el presidente Donald Trump defendió ayer su gestión de la economía como factor determinante en la rápida recuperación del mercado de empleo que vive Estados Unidos durante la pandemia de coronavirus.

 

La última agresión a la campaña para la reelección del presidente es un nuevo libro de alguien que en el pasado fue un estrecho colaborador suyo, el abogado Michael Cohen, quien le acusa hoy de ser «un tramposo, un mentiroso, un fraude, un matón, un racista, un depredador y un estafador». Ese libro, titulado «Desleal, unas memorias» (Skyhorse Publishing), se pone a la venta este martes. En él, Cohen, que hasta hace unos meses era el mayor defensor de Trump, acusa ahora al que fue su jefe durante doce años, de 2006 a 2018, de querer sacar ventaja de su buena sintonía con el presidente ruso, Vladimir Putin, y de haber llegado a decir que «los negros son demasiado estúpidos como para votar por Trump» o que no hay «un país dirigido por una persona negra que no sea un mierda». La Casa Blanca niega todas esas afirmaciones, y acusa a Cohen de ser un delincuente que actúa solo movido por ansias de venganza.

 

La portavoz de la presidencia, Kayleigh McEnany, emitió un comunicado en el que dijo: «Michael Cohen es un delincuente condenado, deshonrado e inhabilitado como abogado, que mintió bajo juramento en el Congreso. Ha perdido toda credibilidad y no es sorprendente ver su último intento de sacar provecho de sus mentiras».

 

En diciembre de 2018 Cohen fue condenado a 36 meses de cárcel tras declararse culpable de varios delitos, incluido el de mentir bajo juramento en el Capitolio sobre los intentos del actual presidente de construir un rascacielos en Moscú y pagar por el silencio de actrices pornográficas y modelos de Playboy con las que Trump mantuvo relaciones extramatrimoniales. En este momento, Cohen se halla en arresto domiciliario, tras ser excarcelado durante la pandemia.

 

El presidente Trump aprovechó ayer la festividad del día de Trabajo en EE.UU. para dar una conferencia de prensa desde la columnata delantera de la Casa Blanca, en la que se dedicó sobre todo a criticar a Joe Biden y a los demócratas, en lo que pareció más que nada un mitin electoral. «Si Biden y los socialistas radicales ganan, la economía se hundirá», dijo el presidente, quien calificó al candidato demócrata de «estúpido». «Si Biden gana, China controlará este país». También dijo Trump que no considera que EE.UU. sea una nación desarrollada «por la mala labor de los demócratas en ciudades como Portland», que viven más de cien noches de disturbios y protestas raciales.

 

En su conferencia de prensa, el presidente recordó que en agosto EE.UU. ha creado 1,4 millones de puestos de trabajo, reduciendo el índice de desempleo del 10,2% al 8,4% aun cuando la pandemia de coronavirus no está del todo controlada.

 

El diario «The New York Times» publicó ayer una información sobre la creciente preocupación dentro del Partido Republicano por la falta de liquidez de la campaña de Trump, que no ha informado todavía de los ingresos por donaciones del mes de agosto. Según el Partido Demócrata, Biden ingresó en agosto una cantidad récord, 310 millones de dólares, o 270 millones de euros. El «Times» asegura que la campaña de Trump ha recortado los anuncios de televisión y radio en algunos de los estados cruciales donde se decide la presidencia en las elecciones del 3 de noviembre.

 

También se refirió el presidente ayer al mayor escándalo de las semanas pasadas, unos supuestos comentarios que hizo en 2018 en una visita a París tras negarse a visitar un cementerio militar donde había enterrados estadounidenses caídos en combate. Según publicó la revista «The Atlantic», el presidente dijo entonces que los soldados muertos en combate eran «unos perdedores» porque «se habían dejado matar».

 

Ayer Trump volvió a negar esas alegaciones, acusando a «The Atlantic» de mentir con fuentes anónimas. Después dijo que es muy popular entre las fuerzas armadas. «Me quieren los soldados, no los generales y los demás jefes del Pentágono, porque esa gente lo que quiere es mantener abiertas todas esas guerras interminables. Yo lo que quiero es acabar esas guerras», dijo ayer el presidente en su conferencia en la Casa Blanca.

Libro del ex Consejero de Seguridad de los Estados Unidos,

John Bolton,

Oscila entre la Venganza Personal

y la Realidad de un Presidente Obtuso, en el caso de

Donald Trump 

 

«El régimen ilegítimo de Venezuela, uno de los más opresivos del continente americano, le ofreció a la Administración Trump una oportunidad. Pero requería de determinación por nuestra parte y presión constante, completa y firme sobre el régimen. No estuvimos a la altura». Así comienza John Bolton el capítulo dedicado a Venezuela en el libro de memorias cuya publicación intenta detener la Casa Blanca con una demanda. Bolton fue consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump entre abril de 2018 y septiembre de 2019. En ese cargo, asesoró al presidente en materia de conflictos internacionales, y Venezuela fue uno de sus principales intereses.

 

Por Bolton, EE.UU. apoyó a Juan Guaidó en la jura como presidente encargado en enero de 2019 y urdió el pronunciamiento fracasado del 30 de abril. Bolton dimitió —o fue despedido, las versiones son contradictorias— en septiembre tras graves desavenencias con el presidente.

 

A todas las reuniones, Bolton llevaba un cuaderno en el que tomaba notas de absolutamente todo. Esas notas son ahora un libro que lleva intentando publicar desde el año pasado. Tras un largo proceso de edición y censura, la Casa Blanca se niega ahora a que se publique, tras dos demoras en la fecha de salida a venta. Pero la editorial, Simon & Schuster, ya lo ha impreso y lo ha distribuido a librerías de todo el país, para su comercialización el martes próximo. Estos son los fragmentos más reveladores sobre la crisis en Venezuela.

 

La amenaza de Moscú

 

Bolton revela que Venezuela cobró importancia en la Casa Blanca por las injerencias allí de Rusia, de Irán y de China. «La amenaza de Moscú era innegable, tanto militar como financieramente, ya que gastó muchos recursos en afianzar a Maduro, en dominar el sector del gas y el crudo de Venezuela y perjudicar a EE.UU.», escribe Bolton. Cuando se enteró, Trump dijo: «No quiero quedarme quieto sin hacer nada».

 

En las notas de Bolton figura una breve conversación con Trump en agosto de 2017: «Tenemos muchas opciones sobre Venezuela, y no voy a descartar la militar. Son nuestros vecinos. Tenemos tropas en todo el mundo, en países muy lejanos. Venezuela no está lejos. La gente sufre, se están muriendo. Así que tenemos muchas opciones, incluida la militar». Fue Bolton quien le dijo: «La intervención militar no es la solución».

 

Pero fiel a su estilo, como ha hecho con otros dictadores, Trump se sentía capaz de convencer a Maduro de democratizar el país si se veía con él. «Por supuesto que Trump decía, de vez en cuando, que se quería ver con Maduro para solucionar todos los problemas con Venezuela, pero ni yo ni Pompeo pensábamos que eso funcionaría». Mike Pompeo es el secretario de Estado, jefe de la diplomacia norteamericana.

 

La razón por la que Bolton fue el primer funcionario estadounidense en reconocer al opositor al chavismo Guaidó como presidente encargado de transición en enero de 2019 fue que Trump no quería inmiscuirse si no tenía garantías de que Maduro caería. «A Trump le irritó que el cambio fuera de momento solo una posibilidad, y me dijo que el comunicado estuviera a mi nombre, no el suyo», escribe en el libro.

 

Como en el resto del libro, Bolton refleja a un Trump que en público dice una cosa y en privado, otra. Después de hacer unos célebres comentarios en septiembre de 2018 sobre la debilidad del régimen de Maduro —«puede ser derrocado muy fácilmente por el ejército, si el ejército lo quiere»— el presidente le dijo en privado a Bolton que Maduro es «demasiado duro, y demasiado listo» como para caer. Aun así, en enero de 2019, el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Joseph Dunford, y Bolton, se reunieron para estudiar planes de intervención militar.

 

Intervención militar

 

Cuando el presidente presentó la opción de una intervención militar a varios diputados y senadores republicanos, estos expresaron incredulidad, según Bolton. Entre todos, decidieron mantener entretenido a Trump con el ejército mientras ellos diseñaban otros planes de presión económica. «Nadie pensaba que la opción militar fuera recomendable en este punto. Pero a mí esta discusión me servía para tener a Trump entretenido con el objetivo de derrocar a Maduro, sin perder tiempo en opciones imposibles», escribe.

Cuando Bolton se fue de la Casa Blanca, Trump le criticó, diciendo en Twitter: «Mi postura sobre Venezuela y sobre todo Cuba era mucho más fuerte que la de Bolton. Él me ralentizaba». Bolton le da la razón: «Dice la verdad sobre Venezuela».

 

Bolton fue preparando el terreno para un pronunciamiento desde dentro, con contactos indirectos con militares venezolanos para que dejaran el bando del régimen y se pasaran a defender a la oposición y la democracia. Consiguió, como mucho, 500 deserciones, algo que describe como un fracaso. Describe el cierre de la embajada de EE.UU. en Caracas, en marzo, como «perjudicial», porque «desaparecimos del país».

 

Así llegó el 30 de abril, el día del pronunciamiento de la oposición. Bolton afirma que hubo conversaciones directas con altos mandos del régimen, incluidos el jefe de inteligencia, Manuel Christopher Figuera; el presidente del Supremo, Maikel Moreno, y el ministro de la Defensa, Vladímir Padrino. «No hablábamos sobre si Maduro caería, sino sobre cuándo», dice Bolton.

 

Iba a ser Padrino quien le notificaría a Maduro que debía dimitir, con 300 soldados venezolanos. Pero según dice Bolton, «tal vez su intención no era desertar, o al menos lo que hicieron fue mantener sus opciones abiertas, para decantarse por un lado o por otro, dependiendo de cómo evolucionaran las cosas».

 

Ese día, Bolton llamó a Trump a las 06.07 de la mañana, la única vez que le despertó para darle una noticia. La respuesta de Trump fue «vaya» («wow»). El pronunciamiento fracasó. Y Rusia intervino.

 

Según Bolton, en una llamada, el presidente ruso Vladímir Putin le dijo a Trump que Guaidó era débil, alguien autoproclamado, «como si Hillary Clinton se hubiera proclamado presidenta pese haber perdido». Después, las opciones militares se fueron apagando y Trump hasta le dijo al secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, que se abstuviera de más sanciones a Venezuela durante una temporada.

 

Nuevo Libro en las Vitrinas

 

Sale a la Venta Biografía del Cantante

Julio Iglesias

A Julio Iglesias le da miedo volar. Algo paradójico en alguien que ha dado la vuelta al mundo un millón de veces. Así comienza la biografía que Óscar García Blesa ha escrito sobre el cantante y que la semana próxima publica la editorial Aguilar. En ella el autor, que conoció al artista hace 18 años, hace repaso de una carrera que le ha llevado a vender 300 millones de discos en 50 años de profesión, a cantar en 14 idiomas y a lanzar más de 80 álbumes. Todo lo que rodea al artista interesa. De ahí que el trabajo aborde, además, sus relaciones con las mujeres, sus desavenencias con su hijo Enrique, sus relaciones con los políticos y el misterio que rodea su salud.

 

La fama y las mujeres. “Resulta abrumador tener que ser siempre el más educado, el más elegante”, cuenta el cantante. Siente que su ocurrencia ha de ser siempre la más ingeniosa. “¿Tuvo gracia el chiste que conté o ríen y me hacen la pelota porque soy Julio Iglesias?”. La fama también le lleva a dudar de sus conquistas: “¿Cuando salgo con una mujer, cuando la tengo en los brazos, por hermoso que sea el momento siempre me hago la misma pregunta: ‘¿Viene conmigo por lo que soy o por lo que represento. Eso me hace dudar mucho y sufrir bastante”.

 

Isabel Preysler. En una fiesta de la jet set en 1970, Julio Iglesias se acercó al anfitrión de la reunión para preguntar quién era aquella chica. “Es Isabel Preysler y es filipina. Está estudiando en Madrid”, le contaron. Él, que por entonces tenía una novia en Londres, respondió: “Me encanta. ¿Me la presentas?”. En verano de ese año la pareja disfrutó de su primera cita formal. Fueron juntos a un concierto de Juan Pardo. Desde ese momento, la fascinación del cantante por aquella mujer aumentó. Para él fue un flechazo pero Isabel fue difícil de conquistar. Iglesias confesó a su amigo y mánager de entonces, Alfredo Fraile, que era la mujer de su vida. “Julio, ya conozco varias mujeres de tu vida”, respondió incrédulo. Esas navidades, Preysler ya estaba embarazada. Solo habían pasado siete meses del primer encuentro. Ella, con sólidas creencias religiosas, tenía decidido traer al mundo a su bebé. Con 19 años, decidió dar a luz en la casa de sus tíos en San Francisco, cualquier cosa antes que pasar por el mal trago de casarse a toda velocidad. El cura que los casó el 29 de enero de 1971 en Illescas (Toledo) declaró que nunca había visto llorar tanto a una novia.

 

Infidelidades. Isabel Preysler no era ajena a las fans que rodeaban a su marido y los incontables idilios reales o inventados que se le atribuían. Ella confesó su hartazgo cada vez que llamaba a su marido y una voz femenina respondía. El Daily Mirror publicó que el cantante había confesado haberse acostado con hasta 3.000 mujeres. “Es verdad que he disfrutado de la fascinación de vivir intensamente. Pero de eso a que duerma con 3.000 mujeres... Le dije a mi mánager: ‘Ni se te ocurra desmentirlo”. En 1976, el matrimonio tuvo una fuerte discusión. Ahí comenzó el final de su historia. “Julio, tú tuviste que pedirme muchas veces que nos casáramos pero yo te voy a decir solo una vez que nos separamos”. Así acabó Isabel Preysler con su matrimonio meses después.

 

Ruptura con Alfredo Fraile. Durante 15 años fue su representante, su amigo y su cómplice hasta que un día el cantante acabó con su paciencia. “¿Sabes? Estoy hasta los cojones de Julio Iglesias, no te aguanto más”, le espetó. En sus memorias, Fraile recordó una frase que le dijo Preysler: “Julio nunca nos perdonará ni a ti ni a mí que nos hayamos ido de su lado”. Fraile cambió al cantante por Adolfo Suárez, candidato a las elecciones de 1986 por el CDS.

 

Miranda Rijnsburger.  En 1990, Julio Iglesias se cruzó por primera vez con Miranda Rijnsburger en el aeropuerto de Yakarta y de nuevo pronunció la frase: “He conocido a la mujer de mi vida”. Él tenía 46 años, ella 24. Le costó conquistarla. Miranda, a diferencia de Isabel, conocía la leyenda que acompañaba al artista.

 

Sus desavenencias con su hijo Enrique. Al cantante no le gustó que su hijo actuara a sus espaldas y preparara su primer disco. Lo hizo con el apellido Martínez y con una supuesta nacionalidad guatemalteca. “Un día mi padre me llamó y se lo conté. Le dije: ‘Si me va bien, me va bien y si me va mal no podré culpar a nadie”. Julio ha contado: “Me enteré de que mi hijo iba a ser cantante por un amigo”. Cuando Enrique llevaba millones de discos vendidos le dijo: “Bueno, pero nunca vas a tener un Grammy”. Enrique lo logró en 1996. Padre e hijo acercaron posiciones en la Navidad de 2018, en una comida en la que el artista conoció a sus nietos gemelos.

 

Mediador internacional. José Bono, ministro de Defensa del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, utilizó al cantante para mejorar las relaciones con EE UU. “No le conocía y me preguntó si le podía ayudar para entrevistarse con Rumsfeld [secretario de Estado]. No conocía a Rumsfeld pero sí a Kissinger y a Oscar de la Renta —que cosía a su mujer—. Lo trataron muy bien. Puse un poco de vaselina entre los Gobiernos y se arregló alguna cosa”.

LA ENIGMÁTICA SALUD DEL CANTANTE

 

En 2016, Julio Iglesias canceló una gira que comenzaba en Punta del Este (Uruguay) y finalizaba en Nueva Zelanda. La causa tuvo que ver con secuelas del accidente de coche que sufrió en 1963. Valentín Fuster, su médico, le dio entonces un pequeño frasco de pastillas que suele llevar en el bolsillo. “Estas son mi salvación”, ha dicho en más de una ocasión. Se recuperó de aquella crisis pero a los 75 años su salud ha quedado mermada. Ahora mide sus apariciones con cuentagotas. Con una fortuna valorada en 800 millones de euros logrados con su música y sus inversiones inmobiliarias, el artista ha contado que se encerró en su casa de Ojén (Málaga) en 2018 para preparar sus memorias. “Es la edad, el momento justo. La memoria no me falla aún”. Mientras salen o no a la luz, Óscar García Blesa le ha informado de la inminente salida de su biografía.

 

Nuevo Libro Biográfico del Modisto Alemán

Karl Lagerfeld

 

Hay muchas maneras de acercarse a Karl Lagerfeld, múltiples lentes con las que observarlo. El personaje de las gafas oscuras y la coleta blanca. El diseñador que reinó en la moda de las últimas cuatro décadas. El hombre de negocios políglota y cosmopolita, el íntimo rival de Yves Saint-Laurent, el modisto de Chanel y otras marcas de lujo. Y también un alemán de su tiempo.

 

Lagerfeld nació en 1933 (aunque él siempre mantuvo una brumosa ambigüedad al respecto) en el país en el que, ese mismo año, llegaba al poder Adolf Hitler. Murió en París el pasado 19 de febrero. Fue parte de esa generación de niños marcados por la guerra y, más tarde, por el sentimiento de culpa colectiva. Algunos —más jóvenes que Lagerfeld, como la generación del 68, o algo mayores, como el escritor Günter Grass— pidieron cuentas a sus mayores o dedicaron la vida a dar vueltas y vueltas a este pasado. Él optó por otra vía, como explica Raphaëlle Bacqué en Kaiser Karl (editorial Albin Michel, en francés). El libro es una indagación en la vida y en la psique del icono de la moda y, al mismo tiempo, un retrato de un microcosmos —o un zoológico humano, el de la haute couture y el prêt-à-porter, el del glamur y el dinero, el de las fiestas desenfrenadas— en una ciudad y en una época muy concretas. En este caso, París entre los años cincuenta y el principio del siglo XXI.

 

La vía Lagerfeld a la hora de abordar su alemanidad fue la del silencio. O, directamente, la de la fabulación. Aspiró siempre a ser el escritor de su propia vida, y lo logró. Nunca permitió que nadie controlara su historia ni la contara en su lugar. Y esto también se aplica —o se aplica sobre todo— a sus orígenes, a su infancia y a la Segunda Guerra Mundial.

 

“En sus primeros años en París, borra radicalmente su origen alemán”, dice Bacqué, reportera del diario Le Monde. Bacqué se refiere a sus primeros años en París, 1950, un hijo de papá que llega a la capital del arte y de la moda para conquistarla, con Francia todavía recuperándose de la guerra, el recuerdo de la ocupación nazi aún vivo y el odio a Alemania a flor de piel para muchos franceses. Aquel adolescente —lector sofisticado y dibujante obsesivo, empapado de cultura francesa— usa en sus conversaciones mundanas la despectiva palabra francesa boche para referirse a los alemanes. Y habla un francés impecable. “No solo atenúa su acento, sino que miente sobre la nacionalidad de su padre, Otto Lagerfeld”, añade Bacqué.

 

Se trata, para Karl, de evitar que se le pregunte qué hizo durante la guerra. No es que Otto hubiese sido nazi: nunca militó en el partido, según Bacqué. Tampoco participó en las acciones bélicas: era demasiado mayor. ¿Qué había que ocultar, exactamente?

 

Papá Lagerfeld era un hombre de negocios: burguesía de Hamburgo, cosmopolita y emprendedora. “Dirigía Glücksklee, filial alemana de una empresa estadounidense de leche concentrada. Durante la guerra había negociado con el régimen para conservar la dirección de las fábricas. Y fue proveedor de la Wehrmacht [el ejército alemán] hasta 1945”, explica la autora. Nada distinto, a primera vista, de tantos alemanes que, sin participar del fervor hitleriano, se acomodaron o se beneficiaron del régimen. Pero suficiente para que incomodara a su hijo cuando intentaba abrirse camino en París.

 

Bacqué recuerda en el libro que, en sus primeras entrevistas al adquirir cierto reconocimiento en París, Karl decía: “Mi padre era sueco, era un barón”. También decía que era danés u holandés. Estos equívocos no eran tan raros en la época: Fritz Trump y su hijo Donald, futuro presidente de Estados Unidos, mantuvieron durante tiempo que eran de origen sueco y no alemán. “No conozco nada del pasado de mis padres. Significa que existe, pero no sé nada de él. No me concierne”, diría Lagerfeld en una entrevista.

 

La relación de Karl con sus orígenes evolucionó. Coincidió con su relación, a partir de los setenta, con el dandy autodestructivo Jacques de Bascher, fascinado por Alemania. Entonces recuperó el ligero acento alemán que antes había disimulado. Su referencia era la República de Weimar, cosmopolita, culta y decadente, no los años de la guerra que había pasado en Bad Bramstedt, un pueblo a 40 kilómetros de Hamburgo. “Yo no vi nada de la guerra”, le dijo a Bacqué. Después le reconoció que desde ahí veía los bombardeos aliados sobre la ciudad hanseática: “Sí, vi el cielo rojo y los aviones”.

 

“Siempre quiso controlar enteramente su vida y se aplicó a escribir la leyenda”, resume Bacqué. “En el fondo, y excepto con la muerte de Jacques, lo consiguió”.

 

Cuando Bacqué le entrevistó, unos meses antes de morir, el Kaiser ya había asumido desde hacía tiempo su identidad alemana, e incluso de jactaba de su “columna vertebral prusiana”, una capacidad de trabajo ilimitada. Pero al preguntarle por los años de la guerra, se iba por las ramas. “Era huidizo. Respondía a mis preguntas precisas sobre su padre contándome mil anécdotas divertidas sobre su infancia, su madre, la vida en el campo, pero evitaba cuidadosamente abordar el verdadero tema de la guerra”, recuerda la biógrafa. Con su francés sincopado, podía parecer verborreico, pero sabía evitar las zonas incómodas.

 

“Yo solo vendo una fachada”, solía decir Lagerfeld. “La verdad propia solo nos la debemos a nosotros mismos”.

La Novela de Amor Towles

 

"Un Caballero en Moscú"

Un Tema Reniniscencia de "la

Guerra Fría." 

 

Un aristócrata ruso, el encantador, culto y elegante conde Alexandr Ilich Rostov, es condenado en 1922 por un comité revolucionario, que no sabe bien qué hacer con él, no a marchar al Gulag, sino a un arresto domiciliario perpetuo –de salir se le ejecutará inmediatamente- en un lujoso hotel de Moscú, que es donde reside. Allí, enquistado como una reliquia viva y bastante incómoda de una época desaparecida de águilas bicéfalas, duelos, bailes y samovares, observará el paso del tiempo, el desmoronarse de su mundo y los cambios en las costumbres, no menos estupefacto y fuera de lugar que el Yuri Zhivago de Pasternak, pero también con una ingenuidad llena de ingenio digna del Mister Chance de Kosinski. Ese es el singular punto de partida de una de las novelas más entrañables, simpáticas y sorprendentes de los últimos tiempos, Un caballero en Moscú (Salamandra), del autor estadounidense Amor Towles (Boston, 1964).

 

En la historia, que se convertirá en serie con Kenneth Branagh como protagonista, seguimos la vida del conde desde que sale escoltado por la puerta del Kremlin y es confinado en el hotel, el Metropol, un clásico de la ciudad, pasando de su suite a una buhardilla, hasta 1954, cuando, tras muchas vicisitudes, dos agentes del KGB acuden a buscarle.

 

Durante todo ese tiempo, Rostov trata de amoldarse a su nueva situación y sobrevivir, pero a la vez sin perder un ápice de su flema, su (exquisita) educación, sus modales y principios. Mientras, en el país se suceden los acontecimientos, ya sean el Plan Quinquenal, la caída de Bujarin, el ascenso de Stalin o la homicida hambruna de Ucrania, a velocidad de vértigo. Con Robinson Crusoe como modelo, el conde decide afrontar su situación concentrándose en los asuntos prácticos, pero sin dejar de releer a Montaigne y sus pasajes favoritos de Pushkin, y tratando de comer lo mejor posible. Uno entiende las dificultades de los bolcheviques para lidiar con un tipo al que la ejecución del zar le pilló en París, pero que regresó, no para alistarse con los Blancos, sino para rescatar a su abuela y que llevaba por todo equipaje tres mudas de ropa, el cepillo de dientes, su ejemplar de Anna Kareninay una botella de Châteauneuf- du-Pape, vamos “lo imprescindible”.

 

¿De dónde ha sacado Towles un personaje y una historia semejantes?, ¿hubo casos similares al del conde Rostov en Rusia? “Durante las dos décadas en que estuve en el negocio de las inversiones, viajé mucho, y cada año pasaba semanas en hoteles de ciudades lejanas para reunirme con clientes”, explica el autor, que presentó su novela en Barcelona. “En 2009, al llegar a mi hotel en Ginebra, por octavo año consecutivo, reconocí a algunas de las personas que estaban en el vestíbulo del año anterior. Era como si nunca se hubieran marchado. Arriba, en mi habitación, comencé a jugar con la idea de una novela en la que un hombre se queda atrapado en un gran hotel. Pensando en que debería estar allí más por la fuerza que por decisión propia, mi imaginación saltó inmediatamente a Rusia, donde el arresto domiciliario ha existido desde tiempo de los zares. En los siguientes días, esbocé la mayoría de los hechos clave de Un caballero en Moscú; a lo largo de los años siguientes construí un escenario detallado y entonces, en 2013, me retiré de mi trabajo diario y empecé a escribir el libro. En lo que respecta a la segunda pregunta, no conozco ningún caso en que un aristócrata fuera condenado a arresto domiciliario en un hotel. Dicho esto, muchos de los miembros de la nobleza rusa permanecieron en el país tras la revolución viviendo existencias humildes, a menudo en circunstancias constreñidas”.

 

Towles añade que otros castigos imaginativos como el "Menos seis" mencionado en la novela existieron. “Significaba que uno podía vivir como ciudadano libre en Rusia en tanto no viviera en una de las seis grandes ciudades del país. Hay que recordar que Pushkin, cerca del final de su vida, fue obligado a vivir en un apartamento cerca del Palacio de Invierno para que el zar pudiera tenerlo vigilado”.

En cuanto al personaje del conde Rostov, ese hombre que sabe cosas como que en un duelo el número de pasos entre el ofensor y el ofendido ha de ser inversamente proporcional a la magnitud del insulto, el novelista subraya que es una invención. “No obstante, es en algún grado una forma idealizada de un cierto tipo de aristócrata del siglo XIX. En esa época, los miembros de las aristocracias europeas tendían a tener más en común entre ellos que con sus propios compatriotas. Poseían educaciones, formas de etiqueta y valores intercambiables. En las páginas de Tolstoi, vemos austriacos, polacos y franceses de alta cuna deslizándose juntos por los salones de baile de San Petersburgo. Aunque mi protagonista, el conde Alexandr Iiich Rostov es una invención, con sus propios talentos, faltas e idiosincrasia, es también representativo de esa clase europea de aristócratas. Al haber nacido en Rusia en 1890, sin embargo, ha de ser testigo de cómo su mundo es barrido simultáneamente por la revolución proletaria y por los avances del siglo XX. Hace años, compré en París un retrato del siglo XIX de un personaje desconocido. Desde entonces esa pintura ha estado colgada en la pared de mi despacho. Así que supongo que el conde está basado un poco en él...”.


En cuando a los ecos de Zhivago... “Apenas soy un especialista en lo ruso. No hablo el idioma, no estudié la historia en la escuela y solo he estado unas pocas veces en el país. Pero de joven me enamoré de los escritores rusos de la edad dorada: Gógol, Turguénev, Tolstoi, Dostoievski. Más tarde, descubrí los salvajes, inventivos y seguros de sí mismos estilos de las vanguardias de inicios del siglo XX, incluyendo al poeta Maiakovski, el bailarín Nijinski, el pintor Malévich y el cineasta Eisenstein. A través de sus obras, parece que cada gran artista ruso tuviera su propio manifiesto. Desde ahí, desarrollé un interés por la era soviética, leyendo a Bulgákov, Solzhenistyn, Ajmátova, Mandelstam y Pasternak. Cuanto más profundizaba en la psicología y la idiosincrasia del país, más fascinado estaba”.La novela, en una magnífica traducción de Gemma Rovira, está escrita con una mezcla de nostalgia, ternura (a destacar el delicioso encuentro entre el conde y una niña a la que le enseña cómo ser una princesa) e ironía, que parecen fruto del carácter del personaje. “Mi intento en la primera mitad del libro era que sonase un poco como una novela del XIX, consistente con la educación del conde y su estado de ánimo. Pero quería que la novela evolucionase con el tiempo y con el conde y así termina sonando como una novela de espías de los cincuenta”.

 

En Un caballero en Moscú aparecen historias sensacionales, como la del escuadrón de cosacos rojos que descuelgan las campanas de un monasterio (y lanzan desde lo alto del campanario al abad por protestar) para fabricar cañones, lo que le hace reflexionar al conde sobre el hecho de que las campanas hubieran sido construidas con el hierro de las piezas de la artillería francesa arrebatada a Napoleón, que a su vez habían sido forjadas con el de las campanas de La Rochelle... “La anécdota es inventada, aunque ciertamente cosas así ocurrieron. Mi interés en escribir sobre la primera parte del siglo XX no proviene de un amor por la historia ni una nostalgia por una época ida. Lo que me atrajo es que hay una proximidad con el presente. Está lo suficientemente cerca para parecer familiar a muchos lectores, pero lo bastante lejos para que no tengan conocimiento de primera mano de lo que ocurrió en realidad. Eso me proporciona la libertad de explorar la frontera entre lo increíble real y lo convincente imaginado. Me gusta mezclar trozos de historia con vuelos de fantasía, hasta que el lector no sepa con seguridad qué es verdad y qué no".

 

Escritor Chileno Jorge Edwards Devela Verdad sobre Pablo Neruda: "Callaba ante Crímenes del Stalinismo."

 

Con Persona non grata (Barral Editores, 1973) Jorge Edwards dinamitó la placidez con la que se aceptaba cualquier cosa que venía de Cuba. Ese libro lo convirtió no sólo en un personaje non grato en ese país. Lo hizo despreciable a los ojos de los que, como Fidel, consideraban que “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Pablo Neruda, para el que trabajó y del que fue amigo, le aconsejó que guardara ese libro, “y hoy seguiría pidiéndomelo”.

 

Julio Cortázar, también su amigo, le declaró a un periodista que preferiría no verlo. Ese libro repudiado y masivamente leído reflejaba lo que sucedió, entre otras cosas, con el caso Heberto Padilla, poeta cuyo encarcelamiento por el régimen motivó la protesta de intelectuales de varios países, mientras él fue encargado de Negocios del Gobierno de Allende en la isla.

 

Jorge Edwards, nacido en Chile en 1931, ha sobrevivido al castigo impuesto por la Revolución escribiendo otros libros quizá mejores pero no tan memorables, o castigados. Por todos ellos ganó en 1999 el Premio Cervantes. Y ahora reemprende una labor memorialista que trata de abarcar toda su vida. El primer volumen (Los círculos morados, Lumen, 2013) recogió su iniciación de claroscuros, con su madre y con los jesuitas. Ahora se lanza a la vida adulta y no deja títere con cabeza en Esclavos de la consigna (Lumen), que refleja desde el título lo que pasaba en aquella época marcada por los dictados revolucionarios. Lo entrevistamos en su casa de Madrid. Por él respondería cada pregunta con un libro nuevo, pero le sugerimos subrayar partes de su nuevo título, que es tan inquietante como aquel Persona non grata. 

 

Pregunta. Aparecen al principio nombres propios como Valle Inclán, Lorca, Alberti…

Respuesta. Mis primeras lecturas vienen de aquellos jesuitas: o me daban porquería o me prohibían libros. Yo estaba enamorado de Unamuno, y el padre Hurtado, al que ahora han hecho santo, me lo prohibió. Claro, me lo tragué enterito.

 

P. Y luego vienen Camus, Orwell, Popper, Paz…

R. ¡Me hicieron disidente! Octavio fue uno de mis ídolos, solo comparable con Camus. Ahora ponen su Calígula al lado de casa. Yo la vi en el jardín de un general chileno, interpretado por Lautaro Murúa. Y a Camus lo encontré en Chile; entró a la casa de un amigo y se fueron a comer. No me llevaron, yo era muy pequeño, pero sabía más de Camus que todos ellos.

 

P. Esa gente fue un muro contra la consigna.

R. Vivíamos en cárceles mentales. Cabrera Infante estaba prohibido por traidor, y traidor consideraron a Vargas Llosa. Como a mí. Estaba prohibido tenernos cerca, leernos. A Neruda, sin embargo, un crítico chileno que no era de su cuerda le prestó quinientos pesos para que pudiera imprimir su Crepusculario. Vivíamos en cárceles mentales. Cabrera Infante estaba prohibido por traidor, y traidor consideraron a Vargas Llosa. Como a mí.

 

P. Era un esclavo de la consigna…

R. Plenamente. Me decía: “No escribas ese libro sobre Cuba. Yo te diré cuándo lo puedes publicar, y te voy a a subrayar con lápiz rojo las frases inconvenientes”. Era una consigna.

 

P. ¿Le dejó el texto?

R. No, porque supe que no me iba a dejar publicarlo. Me había dicho que era un libro muy peligroso para mí, que debía esperar. ¡Serían mil años! Salió en Barcelona, me tiraron huevos y tomates podridos, me atacaron por todos lados. Él ya había muerto. Ante los ataques, Matilde Urrutia, su viuda, dijo que un autor tiene derecho a publicar sus libros.

 

P. Un alegato contra la consigna.

R. Durante la dictadura de Pinochet ella fue a ver en Moscú a la examante de Maiakovski y le cuenta lo que pasa con la libertad en Chile. Y aquella mujer le responde: “Matilde, aquí es igual”.

 

P. ¿Qué le produce contar esto habiendo nacido a la política como hombre de izquierdas?

R. Me sentí más libre. El escritor ha de contar lo que le pasa, Matilde tenía razón. Esclavos de la consigna ha tenido algunas discretas censuras en Chile: después de Pinochet allí se ha impuesto la libertad de expresión.

 

P. ¿Cómo fue la convivencia de un hombre como usted, cuyo maestro fue Camus, con quien firmó Oda a Stalin?

R. Había problemas, claro. A Neruda no le gustaban los poetas librescos, como Borges; quería mucho a Yevgueni Yevtushenko, que me defendió cuando volví de Cuba: me abrazó a la rusa. “¡Jorge, tenemos que estar contentos de que Heberto esté vivo aunque esté preso!” Él sabía lo que era el estalinismo real, lo había sobrevivido. Neruda veía estas cosas y en el fondo se las tragaba. Era, eso sí, amigo de sus amigos. Por ejemplo, de Louis Aragon, un disidente a quien los rusos le cerraron su revista y le dieron una medalla. Así eran las cosas.

 

P. El caso Padilla quebró el boom.

R. Fue la primera ruptura de fondo. Octavio Paz era enemigo de Neruda. Y cuando supo que iba a salir mi libro le dijo a Vargas Llosa, que no conocía Persona non grata, que escribiera sobre él. Lo que pasó entonces fue un cambio de vida, de opinión, se formó, frente a la consigna sobre Cuba, un lado liberal que estaba cerca de la revista Vuelta, la de Paz. Fíjate que un encuentro curioso: estaba Neruda en Londres, con Matilde, y aparece por allí Paz. Pablo está contestando unas preguntas, dice Matilde, pero le encantará ver a Octavio. Lo abraza a la chilena, lo besa, “¡Mijito lindo!”, parece de maricones pero es muy chileno. Luego me dijo Paz por teléfono: “Me he leído todos sus versos. Es el mejor de todos los de la generación del 27. Su error fue la política”…

 

P. Su desencuentro con Cortázar fue tremendo.

Cortázar le dijo a un periodista: "Sí, yo soy muy amigo de Jorge Edwards, pero desde que publico Persona non grata prefiero no verlo

R. Él le dijo a un periodista: “Sí, yo soy muy amigo de Jorge Edwards, pero desde que publicó Persona non grataprefiero no verlo”. Años después me encontré con su viuda, Aurora Bernárdez, en París. “Jorge”, me dijo, “para mí tú eres el mejor pensador político latinoamericano”. ¿Y Julio?, le dije. “Es que al final de su vida Julio estuvo sometido a muy malas influencias”.

 

P. Nicanor Parra le dijo a usted que había perdido el tiempo con Neruda…

R. Me lo decía siempre… Neruda no era libresco. Si yo hubiera sido amigo de Borges hubiera sabido más de Schopenhauer y de Nietzsche, pero fui amigo de Neruda. A un amigo filósofo chileno, Luis Oyarzún, le dije: “Oye, Lucho, la única filosofía que vale es que todo el mundo tenga un par de zapatos y un buen bistec”. Él se reía.

 

P. Salvador Allende es personaje de este Esclavos de la consigna…

R. De broma, él decía este epitafio posible para su vida, antes de llegar a La Moneda: “Aquí yace Salvador Allende, futuro presidente de Chile”… No entendía de economía. Fue su drama.

 

P. Neruda le dijo que le iban a pasar cosas malas con Persona non grata. ¿Y qué le pasó de bueno?

R. Que lo leyó muchísima gente, que lo siguen leyendo. Pero sí, me atacaron mucho, me censuraron, en cierto modo me hicieron la vida imposible, Eran los tiempos de la consigna.

 

P. ¿Tenía que haberle hecho caso a Neruda?

R. Creo que no. Si él estuviera vivo seguiría diciéndome que esperara antes de publicarlo

LA DINASTÍA DE LOS ZARES RUSOS. NUEVO LIBRO LLAMADO

"LOS ROMANOV : 1613-1918."

 

Románov es sinónimo de ambición, lujuria, elegancia y también de sangre derramada en la nieve. Litros y litros de sangre derramada. El Imperio rusoaumentó durante su largo reinado una media de 142 metros cuadrados al día, o 52.000 metros cuadrados cada año, mientras de fondo se sacrificaban a miles de campesinos, los zares torturaban y mataban a sus hijos, los herederos envenenaban a sus padres, las zarinas asesinaban a sus maridos y un elenco de personajes grotescos desfilaba por la corte.

 

«El secreto de la supervivencia de esta dinastía rusa está en su comprensión de todo el poder que tenían, pero a la vez del poco poder que tenían. Su poder procedía de una alianza entre el ejército, la aristocracia y la monarquía», explica en una entrevista  Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965), quien acaba de publicar «Los Románov: 1613-1918» (Crítica).

 

A lo largo de casi mil páginas, este historiador inglés narra la aventura de la legendaria dinastía zarista a través del paso de los años. Veinte monarcas y 304 años, en los cuales su sangrienta determinación hizo de los Románov los constructores de un rocoso imperio, tan atrasado en el interior como osado en sus fronteras.

 

Tras la crisis sembrada con la muerte de Iván el Terrible, la nueva dinastía emergió de la mano de Miguel I, que se encontró con un reino empobrecido y sin apenas peso en Europa. «Era un país aislado y ultrareligioso. Tenía más en común con los mongoles que con el resto de Europa», afirma Sebag Montefiore.

 

Un pequeño principado

 

Ningún rey europeo estaba dispuesto a mandar a su hija a un lugar tan remoto, por lo que el zar debió hallar esposa de puertas para dentro. Como si se tratara de un certamen de belleza retransmitido para todo el país, Miguel buscó a su esposa en un concurso entre 500 candidatas procedentes, sobre todo, de la nobleza rural. La elección quedó entre seis candidatas, que fueron trasladadas a una mansión especial del Kremlin hasta que el zar manifestó su decisión entregando su pañuelo y un anillo de oro a la joven.

 

De aquellos tiempos menos lustrosos se pasó, en cuestión de un siglo, al esplendor que trajo Pedro el Grande y a sus intentos de modernizar el país para hacer frente a los problemas exteriores. Sebag Montefiore define a Pedro como un genio que «sabía lo que quería, y tenía los recursos y las habilidades para llevar a cabo sus planes». Además, el gran zar contaba con la perspicacia para conducir un imperio siempre acosado por el sur, este y oeste del continente.

 

Y todo ello a pesar de su excesiva personalidad. Alcohólico, juerguista y violento con sus ministros, Pedro acostumbraba a reunirse con un «sínodo de borrachos», con el objetivo de disfrazarse y divertirse a costa de todo, incluso del Papa de Roma.

 

Catalina la Grande era igual de genial a nivel político y de extravagante a nivel privado, salvo que ella no podía permitirse tanto ruido. Procedente de Prusia, Catalina se alió con parte de la aristocracia para desplazar del poder a su marido, el pusilánime Pedro III, y reinar durante 34 años rodeada de amantes poco discretos. «En verdad ella fue igual de licenciosa que otros zares, pero debió andarse con cuidado al ser extranjera. Tuvo amantes y, de hecho, fue muy abierta a la hora de que la aristocracia lo supiera. Quería evitar así que surgieran rumores peores», asegura el autor de «Los Románov: 1613-1918».

 

Esa misma transparencia a la hora de airear quiénes eran sus amantes ha provocado la controversia histórica de si Pablo I es realmente hijo del zar, lo que en caso contrario supondría que la dinastía, en realidad, se apagó en el siglo XVIII. El historiador británico defiende que sí era un Romanóv, pero que su propia madre propagó el rumor porque odiaba a su marido y a su hijo: «Ambos eran muy parecidos. No tenían empatía con los demás ni eran buenos actores, en el sentido en el que un político necesita serlo».

 

En cualquier caso, apenas tuvo tiempo de reinar porque su hijo Alejandro I y su camarilla acabarían con su vida el 23 de marzo de 1801. Así actuaban la maquinaria Romanóv con sus miembros más débiles. «El asesinato era normal para ellos; es un problema de diseño, ¿en qué otro trabajo el hijo tiene que esperar a que su padre se muera para ocupar su puesto?», se pregunta el autor de la obra sobre los reyes del periodo.

 

Rusia exige siempre un zar

 

El final definitivo de la dinastía, sin embargo, llegaría en los tiempos convulsos de Nicolás II. El último zar fue un personaje inmovilista y débil, «aferrado hasta el final a esta autocracia sagrada». ¿Hubiera evitado otro monarca el final de la dinastía? Simon Sebag Montefiore se muestra crítico con Nicolás («Era, incluso, más rígido que su padre Alejandro III»), aunque recuerda que hasta su caída gobernó tranquilo veinte años: «Puede que, simplemente, la familia hubiera perdido su toque y diera igual quién estuviera en el trono», sentencia el historiador.

 

Nicolás II y su familia fueron brutalmente asesinados por los bolcheviques en la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918. Si bien se apagó la dinastía, no lo hicieron los zares: Rusia siempre parece necesitar uno. De aquellos líderes rojos de la Revolución, Lenin y Stalin, que se enfrentaron a los mismos retos que los Romanóv, se ha evolucionado en la actualidad hacia un nuevo emperador que controla el país con rigidez. El entorno de Putin lo llama «El zar» y se dice que, en varias ocasiones, él mismo ha prometido «no abdicar nunca como sí hicieron los peleles de Nicolás II y Mikhaíl Gorvachov».

 

«Por lo que nos dice la historia, la única manera para que un zar así sea desplazado del poder es que o bien le asesine su sucesor, o bien sea víctima de una rebelión en palacio o bien se le garantice que se podrá retirar sin que le persigan, al igual que hizo Borís Yeltsin», advierte.

NUEVO LIBRO DEL PAPA EMÉRITO, 

 

"ULTIME  CONVERSAZIONI"

ES EL NOMBRE DEL

VOLUMEN-ENTREVISTA CON

LAS DECLARACIONES DE

 BENEDICTO XVI

 

Nunca un papa tuvo la oportunidad de vivir para contarlo.Benedicto XVI, el primer pontífice que renuncia en el último milenio, ha explicado algunos detalles de sus casi ocho años al frente de la Iglesia católica (abril de 2005-febrero de 2013) a través de una larga entrevista recogida en el libro Últimas conversaciones, del periodista Peter Seewald. Joseph Ratzinger, de 89 años, asegura que su dimisión no se debió a ningún tipo de coacción: “Nadie intentó chantajearme. No lo habría permitido”. El papa alemán, quien desde su renuncia vive “apartado del mundo” en el interior del Vaticano, hace examen de conciencia: “Un punto débil es tal vez mi poca determinación para gobernar o tomar decisiones. El gobierno práctico no es mi fuerte y esto es ciertamente una debilidad. Pero no me considero un fracaso”.

 

Ratzinger explica que tomó la decisión de dimitir durante el verano de 2012, tras regresar “muy cansado” de su viaje a Cuba y México, pero que no escribió su renuncia –“en latín, porque una cosa tan importante se escribe en latín”—hasta dos semanas antes de hacerla pública. Benedicto XVI niega de plano que el escándalo Vatileaks –las luchas por el poder y el dinero entre altos representantes de la curia-- provocase su decisión tan drástica: “No, no es cierto en absoluto. Al contrario, las cosas ya estaban claras. Uno no puede dimitir cuando las cosas no están bien, pero sí cuando todo está tranquilo (…). No se trató de una retirada bajo la presión de los acontecimientos o de una fuga por la incapacidad de hacerles frente”.

 

Joseph Ratzinger sí admite que hubo tres momentos muy duros en su pontificado: “Basta pensar, por ejemplo, en el escándalo de la pederastia, el caso Wiliamson [un obispo británico al que Benedicto XVI levantó la excomunión a pesar de que había negado el holocausto judío] o también el escándalo Vatileaks”. A pesar de no contener grandes titulares, la larga entrevista es una mala noticia a quienes, todavía y de forma insistente, tratan de enarbolar la figura de Benedicto XVI –un papa ortodoxo, chapado a la antigua, como Dios manda—a la del “revolucionario” Francisco. Joseph Ratzinger asegura que la elección de Jorge Mario Bergoglio fue también para él “una gran sorpresa” y que la conoció por televisión: “La manera en que rezó por mí, el momento de recogimiento, después la cordialidad con la que saludó a la gente…”.

 

--¿Está contento con el resultado de la elección?

--Cuando escuché su nombre, al principio estaba inseguro. Pero cuando vi como hablaba por una parte con Dios y por la otra con los hombres, me puse verdaderamente contento. Y feliz.

 MÉXICO: DE LA PRODUCCIÓN DE CAFÉ

A LA HEROÍNA

 

“La criminalidad, la política y el mundo empresarial se han mezclado de manera espectacular“, afirma Luis Hernández Navarro en su libro, que analiza el surgimiento en México de las policías comunitarias y autodefensas.

 

“Me sorprende que haya este interés“, dice el periodista tras la presentación de su libro “Hermanos en armas“, (en alemán, "Kommunale Selbstverteidigung", Unrast Verlag), en el que analiza el surgimiento de organizaciones civiles de defensa y de lucha armada, las policías comunitarias y las autodefensas, en los estados mexicanos de Guerrero y Michoacán.

 

Las autodefensas son grupos de ciudadanos armados que buscan defenderse de las agresiones de la delincuencia organizada y los abusos de la Policía estatal, pero sus integrantes no tienen que rendir cuentas de sus acciones a la comunidad, ni tienen reglamentos o principios de funcionamiento. Aún así, los grupos de autodefensas deben ser diferenciados de las guardias blancas, los escuadrones de la muerte o grupos paramilitares.

 

Hernández Navarro explica en su obra que las policías comunitarias son tradicionales en amplias regiones del país, como los guardias en los pueblos Seri y Yaqui, al norte, o las guardias tradicionales mayas al sur. O las de Guerrero, que tienen que rendir cuentas a sus comunidades.

 

330 muertos en Acapulco en los últimos meses

 

“En Alemania hay una cultura sobre el Estado de Derecho muy grande, una idea muy hecha de cómo debe funcionar el Estado, las instituciones, la ley. Y lo que cuenta este libro y lo que está pasando en México tiene muy poco que ver con esto“, dijo el autor. El periodista también señaló que existe una gran tensión entre “aquellos que ven la necesidad de seguir adelante con las inversiones en México y quienes piensan que no puede haber inversiones al margen de que se respeten o no los derechos humanos en el país“.

 

Actualmente, Hernández Navarro es coordinador de Opinión y articulista del diarioLa Jornada, tiene una larga trayectoria como asesor de organizaciones campesinas y cafetaleras. El estado de Guerrero, de ser uno de los principales productores de café en el país a principios de la década de los 90, es ahora el primer productor de heroína, afirma.

 

“Casi el 60% de la heroína que produce México proviene de Guerrero. El país ya es el segundo exportador mundial después de Afganistán, desplazó a Myanmar (Birmania). Eso implica estar rodeado de inseguridad y de violencia. El puerto de Acapulco, la famosa perla del Pacífico ha tenido 330 muertos en los últimos tres meses. ¿Qué turista va a querer ir ahí ?", plantea.

 

El costo de la inseguridad

 

Hernández Navarro hizo hincapié en que muchas empresas han optado por abandonar el estado debido al costo de las extorsiones por parte del crimen organizado. “El peso de la criminalidad en la economía implica un costo elevadísimo para empresas e inversionistas. La inseguridad pública tiene por lo menos un costo del 3% del PIB“, afirma. Además, “la falta de instituciones democráticas, de respeto a los derechos humanos coloca al país en un clima de inseguridad y de zozobra que no permite un desarrollo programable y justo“.

 

Las poblaciones indígenas y campesinas de Guerrero han optado por asumir la defensa de sus comunidades por mano propia. El periodista leyó un pasaje de su libro en el que aborda el papel de las policías comunitarias y su hostigamiento por parte de las fuerzas de seguridad. Lo hace narrando la historia de Nestora Salgado, una líder indígena, ciudadana estadounidense, que fue arrestada por soldados federales por su papel en la policía comunitaria en el combate a bandas criminales que aterrorizaban a los pobladores de su natal Olinalá. Salgado fue liberada en marzo de 2016, después de dos años y ocho meses de encarcelamiento arbitrario.

 

“En Guerrero hay un movimiento social muy vivo, pero las estructuras que practicaron la guerra sucia en la década de los 70, cuando desaparecieron más de 500 personas, pasaron íntegras a la policía, luego a los jueces, y después acabaron vinculándose con el narcotráfico. Ahora dirimen rutas, mercados, o zonas de producción, y también se encargan de agredir a activistas sociales, ecologistas y campesinos“, subrayó el autor.

 

Clase política, capturada por el narcotráfico 

 

“La criminalidad, la política y el mundo empresarial se han mezclado de manera espectacular“, afirma Hernández Navarro en su libro. En otro pasaje asegura que “en amplias regiones se vive un narco-estado. La economía criminal es equivalente a un 10% del PIB del país“.

 

En entrevista, el autor ahondó en este punto: “Tenemos una parte de la clase política capturada por el narcotráfico, con estrechos vínculos y relaciones: Guerrero, Sinaloa, Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León son estados en donde campea el narcotráfico a diestra y siniestra. Pero, además de eso, está el factor de la corrupción, con escándalos que han desacreditado masivamente a la clase política“.

Asimismo, subrayó que "la actividad criminal implica lavado de dinero en importantes sectores de la industria, tanto de las finanzas, como la industria inmobiliaria y la del turismo, con la protección de la Policía, del Ejército y de políticos locales".

 

En Michoacán, los grupos de autodefensas surgieron para “hacer frente a un grupo delincuencial sacado de una una novela policial: los Caballeros Templarios, que construyeron un imperio. Exportan hierro a China, barcos completos, importan llantas de Corea del Sur, que luego son utilizadas en el transporte público. También importan ropa de China y las venden con etiquetas de marca. Pero lo más importante ha sido la formidable maquinaria recaudatoria de impuestos ilegales, a los exportadores de frutas, y a los jornaleros, con representantes en todos los partidos políticos y un ejército propio“, dijo el periodista durante la presentación de su libro, en Berlín.

VENTAS SUPERLATIVAS DE RE-EDICIÓN DEL LIBRO "MEIN KAMPF",

 

 

A PESAR DEL TIEMPO 

 

TRANSCURRIDO. HITLER SIGUE

 

VENDIENDO COMO NADIE SU LIBRO

 

AUTOBIOGRÁFICO

 

 

La obra escrita en 1925 se alza hasta el número uno de la lista de 'Der Spiegel'. El texto se reimprimió en enero,

tras estar prohibido durante 70 años

 

Mi lucha, el libro escrito por Adolf Hitler en 1925 y que durante el Tercer Reich fue el libro más vendido en la Alemania nazi, volvió esta semana a convertirse en un éxito literario y ya ocupa el lugar número uno de la selecta lista semanal de los superventas, publicada hoy por la revista Der Spiegel.

 

La nueva versión del libro, cuya reimpresión estuvo prohibida durante 70 añosen Alemania, es una edición crítica que fue elaborada por un grupo de expertos del Instituto de Historia Contemporánea de Múnich (IfZ) que incluye más de 3500 comentarios que contextualizan el manuscrito original. Aun así, el éxito de venta de la nueva edición del libro escrito por el Führer ha causado extrañeza y asombro en el país.

 

El volumen, que tiene 2.000 páginas y cuesta 59 euros, salió a la venta el 8 de enero pasado y en apenas tres semanas se vendieron 24.000 ejemplares. El éxito habría sido incluso mayor, si los editores no hubieran limitado la primera edición a tan solo 4.000 ejemplares. Nadie en el IfZ de Múnich creía que la primera edición pudiera agotarse en cuestión de horas.

 

Desde entonces la demanda solo ha ido en aumento y ya se han vendido casi 50.000 ejemplares, una realidad que el famoso centro aún no logra explicarse. “Estoy absolutamente sorprendido del interés que ha suscitado el libro”, dijo Andreas Wirsching, director del IfZ a Der Spiegel. “Tenemos indicios de que quienes lo compran son académicos y lectores interesados por la historia. El libro no es divertido para los neonazis”.

 

El éxito de la obra, cuyo título en alemán es Mein Kampf, eine kritische Edition (Mi lucha, una edición critica) es aún más sorprendente a causa de un hecho también inédito en el país. Cuando el libro salió de la imprenta, las librerías alemanas se negaron a exhibirlo en sus vitrinas y escaparates y solo aceptaban venderlo si un lector hacía el encargo.

 

La ausencia de ejemplares en las librerías y la fuerte demanda convirtió al libro en un raro objeto de deseo. En Amazon, ediciones usadas se ofrecen actualmente por casi 100 euros mientras que las que están por estrenar alcanzan los 168 euros, más del triple del precio de venta normal.

 

La reedición de la versión original del libro escrito por Hitler estuvo prohibida en Alemania durante 70 años, y el ministerio de Finanzas de Baviera (propietaria de los derechos de autor) llevó a cabo una silenciosa y efectiva batalla para impedir queMi lucha saliera a la venta en otros países. Pero los celosos sabuesos del ministerio bávaro no pudieron impedir que el libro pudiera ser leído gratis en Internet y en varios idiomas.

 

La cruzada bávara estuvo condicionada, sin embargo, por un problema legal. Los derechos de autor de Mi lucha caducaban el 31 de diciembre de 2015, una fecha que habría hecho posible que el libro entrara nuevamente en el dominio público y volviera a ser imprimido. Para evitar nuevas ediciones financiadas por partidos de extrema derecha en Alemania, el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich logró obtener, en 2012, un permiso del gobierno bávaro para publicar una ambiciosa edición comentada del libro maldito.

 

Adolf Hitler comenzó a escribir su manifiesto en 1924 cuando cumplía una condena en la prisión de Landsberg y escribió las últimas páginas en Obersalzberg, un idílico lugar en los Alpes bávaros donde el dictador poseía una casa. La primera edición del primer volumen del libro vio la luz en julio de 1925 y el segundo volumen se publicó en diciembre de 1926. La llegada al poder de Hitler en 1933 convirtió al libro, un panfleto seudocientífico y racista en un bestseller, que llegó a vender 12.450.000 de ejemplares.

 

Es poco probable que la nueva edición critica del libro escrito por Hitler supere el récord anterior, pero si prospera la idea de Josef Kraus, el presidente de la Asociación de Maestros, y de la ministra de Educación, Johanna Wanke, el libro editado por el Instituto de Historia de Múnich podría permanecer una larga temporada en la lista de superventas de la revista Der Spiegel: ambos desean que la edición crítica sea estudiada en todos los colegios del país, una medida destinada a inmunizar a la juventud alemana contra el extremismo político.

 

 

 

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NUEVA BIOGRAFÍA DEL EX PRESIDENTE RICHARD NIXON 

 

El desarrollo del libro nos muestra "el lado oculto" de este polémico personaje, quien tuvo que  renunciar a

la presidencia de los Estados Unidos 

 

Alexander Butterfield, uno de los principales asesores de Richard Nixon, es el nuevo protagonista del libro 'El último de los hombres del presidente' ('The Last of the President'sMen') escrito por Bob Woodward, uno de los reporteros de 'The Washington Post' que en los años 1970 destapó el escándalo del Watergate y que se saldó con la dimisión de Nixon, informa el diario 'The Independent'.

 

Butterfield tiene tantos recuerdos y decenas de cajas de documentos confidenciales de los cuatro años que pasó en la Casa Blanca, parte de los cuales ha decidido compartirlos con el público. Aunque de forma fragmentada, exponen a Nixon en todo su esplendor: "solitario, vengativo y engañoso, torpe e inseguro hasta el punto de la paranoia", pero al mismo tiempo, como una persona con capacidad de "estrategias perversas" y "obsesivamente secreta".

 

Entre los pasajes libro, el exasesor presidencial también revela que se quedó horrorizado por la forma en cómo el entonces mandatario estadounidense trataba a su esposa, Pat Nixon. En ocasiones, según Woodward, Butterfield era el "principal intermediario" de la pareja presidencial.

 

"Nixon solía ignorar a Pat, incluso cuando ella hablaba con él, se sumergía en otras actividades. En la 'Casa Blanca de Invierno' en Florida, vivían en viviendas separadas. Pat era una mujer maltratada al límite", recoge el diario fragmentos del libro. Y no es que el trigésimo séptimo presidente de EE.UU. haya sido un mujeriego, pero Butterfield narra "un insoportable viaje en helicóptero" cuando Nixon invitó a una secretaria en mini falda a sentarse junto a él. La secretaria se sentó entre el asesor presidencial y el mandatario, y este empezó a acariciarle las piernas mientras hablaba con la comitiva que viajaba en la aeronave.

 

"El pobre hombre, miserable", recuerda Butterfield. "Sí, él era el presidente de EE.UU., pero en ese momento yo solo pensaba que era una lástima de hombre que vive en la soledad", agregó. Pero también se desvelan otros detalles no menos impactantes, como un documento secreto que data de enero de 1972, en el que Nixon protesta ante su asesor en seguridad nacional Henry Kissinger porque los bombardeos estadounidenses sobre Vietnam no habían logrado "nada de nada".

 

Este hecho no habría tenido mucha relevancia a no ser que apenas un día antes de redactar esa nota, en una entrevista con medios locales, Nixon había dicho que "los resultados han sido muy, muy eficaces". Más tarde se intensificarían los bombardeos para mejorar sus perspectivas de reelección presidencial. "Un pequeño episodio, pero que resume a la perfección la doble moral cínica tanto de Nixon como de la trágica e inútil guerra" en Vietnam, apunta 'The Independent'.

 

La contribución de Butterfield es muy relevante en la actualidad, más que todo teniendo en cuenta que EE.UU. se prepara para elegir a un nuevo presidente. "Leer esto o cualquier otro libro sobre Nixon, hace que nos preguntemos: ¿cómo pudo un hombre así llegar al Despacho Oval?", finaliza el diario británico, instando a tener en cuenta el perfil de los candidatos a la carrera presidencial estadounidense del 2016, advirtiendo que podría haber otro 'Nixon'.

 LA NOVELA DE LARA SISCAR

 

"LA VIGILANTE DEL LOUVRE"

 

La bella periodista-presentadora de la TV española, escribe

su primera novela

 

Lara Siscar Peiró (Gandía, Valencia, 1977), es conocida por su trabajo como presentadora de informativos en TVE. Acostumbrada a contar como periodista qué pasa en el mundo real, intenta ahora interpretar y entender como escritora el mundo a través de la ficción. 'La vigilante del Louvre' (Plaza & Janes) es su primera novela. El libro cuenta la historia de tres mujeres cuyas vidas se encuentran enigmáticamente unidas a uno de los cuadros más controvertidos de la historia: 'El origen del mundo', de Gustave Coubert. Lara Siscar presentó su novela este viernes 27 de noviembre a las 19.30 en la Librería Gil de Santander.  

 

La novela pivota alrededor de tres mujeres que tratan de encontrar su identidad y un cuadro que durante más de un siglo permaneció oculto debido a que mostraba el sexo de una mujer. ¿Ha querido, de esta forma, hacer una reivindicación de un mundo femenino que tiene dificultades para mostrarse?

 

No era la intención primera. No pretendía hacer una novela reivindicativa ni feminista. Tan sólo quise explicar la historia de tres mujeres cercanas, reales. Decidí centrarme en tres personajes femeninos porque la relación que podían establecer con 'El origen del mundo' de Courbet me parecía más compleja, menos obvia, que si se trataba de tres hombres. Ha resultado reivindicativa porque, efectivamente, hay aún bastante por reivindicar aunque yo sólo pretendía jugar con la realidad.

 

El arte, en este caso el cuadro 'El origen del mundo' de Coubert, es el desencadenante de un proceso de reflexión, convulsión y transformación de las protagonistas de la novela. Parece que también intentara trasladar al lector que la cultura es ese lugar por el que hay que pasar para hallar la propia identidad. ¿Es así?

 

Desde luego. Todos nosotros somos lo que culturalmente consumimos. El arte nos obliga a dialogar con nosotros mismos de un modo tan eficiente como lo haría un psicólogo. Por las creaciones artísticas que disfrutamos, también se nos conoce. Qué nos despierta interés, qué nos aburre, qué nos escandaliza… dice tanto de nosotros como una biografía pero de un modo más sutil y menos manipulable. Nadie se preocupa por disimular sus gustos artísticos y, a través de ellos, nos mostramos como somos. Sin engaños. La cultura sí es el espejo del alma.

 

En el libro hay tres protagonistas pero una de ellas, Diana, tiene un papel más importante que las otras dos, de hecho es la que abre y cierra el libro... ¿Era algo premeditado o su historia se fue imponiendo a las de los otros personajes? 

Fue premeditado. Absolutamente. Diana fue la primera en nacer y después aparecieron Isabelle y Claudette. Diana es el personaje central porque es la que lleva una vida más estándar, más próxima a la que podría ser la cualquiera de nosotras o nosotros, a la una vecina, a la de un amigo. Y fíjate que alterno el género porque esa existencia básicamente neutra que favorece la explosión interna que provoca en Diana 'El origen del mundo' es algo que todos, o casi todos, hemos acarreado aunque sólo fuese en un momento dado.

Aceptarse primero y ante todo. Aceptarse aún a riesgo de quedarse solas. Aceptarse de verdad porque así desaparecen muchos miedos, entre ellos, el de quedarse solas.

 

La novela aborda el tema de la insatisfacción dentro de la pareja, cuando el amor ya no existe pero el miedo, la culpa y la conveniencia empujan a las mujeres a vivir unas vidas que ya no desean. ¿Cree que este panorama es frecuente hoy en día? 

 

Lo es. Y no sólo en las mujeres. Como apuntaba en la pregunta anterior ese tipo de amores que más que buenos acompañantes son unas malas muletas son muy habituales. Algunos por el paso del tiempo, otros por una mala elección de pareja e incluso los hay que desde el primer momento apuntan malas maneras, que no debieron empezar, que responden al muy humano miedo a la soledad. Lo de "se nos acabó el amor" es bastante habitual. Y la pena es que a veces ni siquiera fue "de tanto usarlo".

 

Otro aspecto destacado de la novela son los secretos que las mujeres guardan y que no comparten, el-yo-que-no-se-muestra arroja a estas mujeres a la peor de las soledades. ¿Cuál es la salida para ellas?

 

Aceptarse primero y ante todo. Aceptarse aún a riesgo de quedarse solas. Aceptarse de verdad porque así desaparecen mucho miedos, entre ellos el de quedarse solas. Y no porque pensemos que una vez en paz con una misma será el momento de iniciar una saludable vida en pareja, sino porque una vez en paz con una misma lo de tener o no una pareja simplemente deja de ser un problema. Porque a veces, la pareja, una buena, simplemente no llega. Eso es cuestión de suerte. Y no hay que dejar la felicidad de uno a la suerte.

 

El ridículo y la vergüenza al que se exponen sus personajes cuando intentan ser quienes son es otro de los aspectos que llama la atención en el libro. ¿Para poder ser quien se quiere ser hay que olvidarse de lo que los demás esperan o piensan de nosotros?

 

Por supuesto. Se deja de disfrutar cuando uno está siempre pendiente del juicio de los demás. Y sí, cuando uno se deja ir a veces hace el ridículo. A veces se equivoca. A veces se precipita. Y en esas ocasiones el juicio de los otros puede ser duro. Pero más de uno de los que juzga desearía, en un momento dado, haberse atrevido, haberse lanzado, haberse precipitado hacia algo. Y… ¿sabes qué? Que a veces se gana. Más veces se gana. Y eso ayuda a relativizar las ocasiones del tropiezo. Hasta dejarlas reducidas a la nada.

 

La novela se narra siempre en primera persona y conviven las voces de las tres protagonistas. Sus historias, que al principio parecen independientes, avanzan y poco a poco se van entrelazando. La técnica me ha recordado a algunas novelas de Milan Kundera, al que precisamente cita en el libro. ¿Hay alguna relación? ¿Qué autores le han influido?

 

Seguramente hay mucha relación, pero no es buscada. Sin embargo la influencia es eso, claro, que sin darte cuenta lo que tú haces recuerde a algo. Seguramente también habrá trazos de Thomas Bernhard, a quien admiro profundamente por su inimitable estilo, por su música en la escritura, por su capacidad de repetir la forma constantemente y resultar siempre tan original. Y a Alice Munro, que hace magia cuando se para a observar, a describir, a narrar sobre las pequeñas cosas. O eso querría yo, que hubiese trazos de todos ellos en mi libro.

 

El mundo que se muestra en la novela de ficción, como la mía, es más irreal. Mi naturaleza de periodista no me deja verlo de otro modo. Una cosa es el mundo de la ficción y otra cosa es el de verdad. Aunque también estoy convencida de que el mundo que se cuenta en las noticias es más segmentado, menos completo. No cabe tanto contexto en las noticias. El mundo que se muestra en la novela es más irreal pero se entiende mejor. El de las noticias se muestra sólo a trozos. Y el de verdad no voy a calificarlo, pero está hecho un asco. ¿Cómo ha sido el salto del lenguaje periodístico al literario?

 

Yo lo he vivido de un modo muy natural. Son muchos los periodistas que en un momento u otro se lanzan a la narración más extensa de un libro, sea ficción o no. En mi caso la ficción me permite hablar de lo que quiero y como quiero. No hay límite de expresión en la ficción y sinceramente… de tanto hablar de lo que hacen otros me entraron ganas de hacer algo yo. O en su defecto, de inventarlo.

 

'La vigilante del Louvre' es su primera novela. ¿Tras esta primera incursión literaria está pensando ya en un segundo libro?

 

Lo hago, sí. Después de llevar a cabo este proyecto de principio a fin, lo que en su inicio me parecía una temeridad, me veo capaz de emprender uno nuevo. Además las críticas que recibo de la novela son buenas. Incluso los lectores más exigentes, los que saben poner el dedo sobre algo que podría estar mejor, que lo hay, me animan a hacerlo. Y me he propuesto como magnífico reto coger aquello que podría estar mejor y mejorarlo, superarlo en una segunda novela. No seré yo quien deje perder esa oportunidad. Esa no sería yo.

 LA INMORTAL AGATHA CHRISTIE

"Fascinada" con el veneno

 

Unos mueren de un disparo, otros por un golpe en la cabeza o una o varias puñaladas certeras. Pero el arma favorita que empleaba la escritora británica Agatha Christie para matar en sus novelas era el veneno.

 

De las cerca de 300 víctimas que aparecen en sus más de 70 novelas, la mayoría parte hacia el más allá por obra y arte de alguna sustancia tóxica.

 

Para los amantes de las novelas de la llamada "reina del crimen" esto no es ningún misterio. Pero lo que quizás no todos sepan es que a la hora de usar veneno para matar, Christie no recurría a la ficción sino a la realidad.

 

"Christie usaba el veneno con una precisión asombrosa", dice Kathryn Harkup, química y autora del libro "A, de arsénico: los venenos de Agatha Christie", publicado recientemente para coincidir con el 125º aniversario del nacimiento de la escritora.

Los detalles del veneno elegido eran fieles, así como los síntomas que provocaba una sobredosis, la facilidad para conseguirlos en el mercado, la dificultad para ser detectados y la eficacia de los antídotos.

 

Tal era su pericia, "que durante un caso de envenenamiento en Reino Unido, (el del envenenador Graham Young en los años 70) a falta de literatura científica estandarizada sobre el tema, los patólogos consultaron una de sus novelas", explica Harkup.

 

Voluntaria

 

El conocimiento de Christie en esta área comenzó a forjarse durante la I Guerra Mundial. Christie se presentó como voluntaria para trabajar de enfermera en un hospital de Torquay, en el suroeste de Inglaterra, pero fue seleccionada para trabajar en la farmacia. Allí aprendió los rudimentos de la química.

 

En esa época, los remedios que se les suministraban a los pacientes no venían empaquetados en cápsulas como ahora, sino que cada píldora, poción o tónico debía ser elaborado a mano, cuenta Harkup. "Había que saber qué sustancias se podían mezclar y cuáles eran las dosis adecuadas".

 

Muchas medicinas están hechas a base de plantas, con lo cual la escritora debió aprender también a identificar las especies con usos medicinales y a extraer los compuestos para elaborar los fármacos que le solicitaban. Christie complementó estos conocimientos prácticos con una serie de estudios teóricos y se sometió a exámenes para obtener la calificación de asistente de farmacia.

 

Durante la II Guerra Mundial, volvió a trabajar como voluntaria en la farmacia, esta vez en el University College Hospital en Londres, y continuó avanzando con su entrenamiento. Lo que aprendió a lo largo de su experiencia lo fue desgranando poco a poco en la piel de sus personajes y en la trama de sus novelas, guiadas por el desarrollo de los efectos reales de las sustancias tóxicas en el cuerpo humano.

 

Reseñada por científicos

 

Aunque su dominio de la química pudo -y puede- haber pasado desapercibido para la mayoría de los lectores, no lo fue para la ciencia.

Además del hecho de que una de sus historias se convirtió en manual de consulta para los patólogos del caso policial que mencionamos antes, otra de sus novelas fue reseñada por Pharmaceutical Journal, una de las publicaciones científicas de la época.

"La crítica decía 'esta novela tiene el raro mérito de estar correctamente escrita'", acota Harkup.

 

Aunque el envenenamiento favorito de Harkup es el que ocurre en "El testigo mudo", donde el asesino utiliza fósforo, uno de los elementos de la tabla periódica con el que ella trabajaba con frecuencia en sus años de laboratorio. "Es brillante la forma en que lo detectan, porque el fósforo tienen la cualidad de brillar en la oscuridad", cuenta emocionada. "El vapor verde que exhala la víctima durante una sesión de espiritismo antes de caer enferma -y que en ese momento todos creen que es ectoplasma o una premonición de muerte- es lo que le da la pista al detective", dice.

 

Sospechas

 

La exactitud de las descripciones de Christie la hicieron susceptible de acusaciones, que equiparaban sus novelas a un compendio para envenenar. En "A, de arsénico", Harkup relata un caso ocurrido en 1977 en Francia, en el que un sujeto, Roland Roussel, mató a su tía con gotas para los ojos que contenían atropina, un compuesto altamente tóxico.

 

Se dice que el gendarme que investigó el departamento de Roussel declaró haber encontrado entre sus pertenencias una novela de Christie en la que aparecían subrayados los pasajes que hablaban sobre veneno y manifestó sus sospechas de que el asesino podría haberse inspirado en la "reina del crimen".

 

¿Pero tienen las descripciones de los venenos alguna validez en la actualidad? Realmente no, dice Harkup. "En la época de Christie muchos de los compuestos tóxicos estaban fácilmente disponibles, muchos se usaban como veneno para ratas o insecticidas, pero hoy día esas sustancias están estrictamente reguladas".

 

Por otro lado, se ha avanzado mucho en disciplinas como la patología y la toxicología, con lo cual ahora es más fácil detectar estas sustancias en un cadáver.

 

En pocas palabras, aunque las descripciones de Christie sean realistas, como método para matar, en el único ámbito donde siguen siendo todo un éxito es en el de la ficción.

 En libro de confidencias, 

 

EX EMPLEADOS DE LA CASA BLANCA DEVELAN SECRETOS DE LAS

FAMILIAS PRESIDENCIALES

 

Hillary Clinton calmaba su ansiedad con bizcochos. Pero fueron los primeros Bush los inquilinos más queridos.
Los empleados del 1.600 de Pensilvania Avenue develan los secretos de las familias más poderosas de EE UU.

Si los muros de la Casa Blanca pudieran hablar qué no contarían. Pero conocedores de lo que pasa cada día en el perímetro conocido como los 18 acres más famosos del planeta son también los mayordomos, ujieres, cocineros, limpiadores y floristas (por citar algunos) que cada día asisten a la primera familia de Estados Unidos. Y saben hablar.

 

Aunque obedeciendo a una ley de silencio más propia de épocas de Downton Abbey, los trabajadores de la Casa Blanca han ido heredando generación tras generación el código de honor que, entre otros episodios, permitió mantener en la esfera de lo privado la parálisis de Franklin D. Roosevelt, al introducir, por ejemplo, en la sala a los invitados a una cena cuando el presidente ya estaba sentado y su silla de ruedas fuera de la vista de todos.

 

En una ciudad en la que todo el mundo cuenta dónde trabaja antes incluso de pronunciar su nombre, el personal de la Casa Blanca mantiene un bajo perfil, entre otras cosas porque es consciente de que cualquier indiscreción puede costarles el puesto. En el libro de reciente publicación La residencia, Kate Andersen Brower, periodista de Bloomberg News que cubrió la Casa Blanca de Barack Obama durante cuatro años, ha recogido los testimonios de más de 30 trabajadores de la residencia oficial que a lo largo de los años han trabajado en ella desde el tiempo conocido como Camelot hasta la llegada del primer hombre de raza negra al 1.600 de Pensilvania Avenue.

 

Johnson mandó construir una réplica de la ducha de su casa con dos chorros, cuenta un nuevo libro.

 

Ninguno está en activo, razón quizá por la cual todos se han confiado a Brower. Algunos, como el mayordomo James Ramsey, no han vivido para ver el volumen publicado. Todos sacrificaron sus vidas personales para servir al presidente de turno y su familia. A pesar de su entrega y duro trabajo, el personal de la residencia siempre queda fuera de la foto. “Hay una regla no escrita que nos coloca en el fondo. Si hay una cámara, nosotros siempre la evitamos pasando por arriba, por el lado o por donde podamos”, se lee en el libro en palabras del ujier James W. F. Skip Allen, en nómina de la Casa Blanca entre 1979-2004.

 

Capítulo tras capítulo en La residencia se cuenta que el matrimonio presidencial favorito de los trabajadores de la Casa Blanca fue el que formaban el primer presidente Bush y su esposa Barbara. ¿El que menos? Uno que podría volver a ocupar sus muros tras las elecciones de 2016 pero con los papeles invertidos: el de los Clinton.

 

Bill y Hillary Clinton rozaban la paranoia y no confiaban en los empleados. La pareja ordenó rehacer el servicio telefónico de la Casa Blanca para evitar intermediarios y operadores. Brower apunta a que quizá la razón por la que tanto el servicio como los Bush se sentían cómodos era porque estos —a diferencia de los Clinton— habían vivido siempre con empleados en sus hogares.

 

El escándalo de Monica Lewinsky desde luego no ayudó a que en la Casa Blanca reinara la paz. Quizá uno de los relatos más jugosos del libro es el que cuenta que Hillary pegó tan fuerte con un libro a Bill que la cama se llenó de sangre y el presidente necesitó puntos de sutura. Aquellos días tuvieron también un impacto en el servicio, que soportaba los arranques de mal genio de la primera dama y las palabras malsonantes que se pronunciaba el matrimonio o los prolongados silencios a los que se condenaba la pareja. Hillary calmaba su ansiedad y tristeza ordenando al pastelero de la residencia que le preparara bizcocho de moca. “Hice muchos pasteles de moca por aquel entonces”, apunta Roland Mesnier (1979-2006).

 

Pero si hay alguien del servicio que vivió una crisis nerviosa que obligó a su hospitalización ese fue Reds Arrington (empleado entre 1946-1979), jefe de fontanería de los 18 Acres. Lyndon B. Johnson quería en la Casa Blanca una ducha exactamente igual a la que tenía en su casa de Washington, que básicamente consistía en un chorro de agua muy fuerte pero con dos derivadas, una manguera que apuntara a la altura de su pene —que él apodaba Jumbo— y otra a su trasero. El agua debía de adquirir una temperatura muy caliente.

 

El 36º presidente de EE UU, el hombre convertido en defensor de los derechos civiles pero que una vez le dijo a su chófer negro que hiciera “como si fuera una pieza más del mobiliario”, tuvo cinco años trabajando en el artilugio a Arrington, lo que acabó por llevar al hospital a este último. Cuando Richard Nixon ocupó la Casa Blanca miró perplejo el invento y dijo: “Desháganse inmediatamente de eso”.

A los Kennedy se los adoraba y Lady Bird Johnson encontró muy difícil la tarea de reemplazar a Jackie. “Era como salir a escena para un papel que nunca había ensayado”. Bush hijo se comportaba como uno esperaría que se portara Bush hijo: jugando con el servicio, descolocando las fotografías y haciendo que cazaba moscas con matamoscas invisibles cuando pasaba al lado del staff.

 

La llegada de los Obama a la Casa Blanca marcó un hito, no en vano a lo largo de su historia la mayoría de los empleados han sido negros (en la actualidad 95 personas trabajan a tiempo completo y 250 a tiempo parcial). En 2009, tras el baile de inauguración y cuando Michelle y Barack Obama se disponían a pasar su primera noche en la Casa Blanca, Worthington White se disponía a retirarse cuando oyó al presidente decir: “Lo tengo, lo tengo, ya sé cómo funciona”. El mandatario se refería al equipo de música. “De repente, comenzó a sonar Mary J. Blinge” (cantante negra de hip hop y soul), explica White. Los Obama vestían ya ropa de estar en casa y comenzaron a bailar al ritmo de Real Love.

 

“Fue un momento hermoso como no podría imaginar”, dice White en el libro. “Apuesto a que nunca ha visto nada semejante en esta casa”, le retó Obama. “Puedo decir sin faltar a la verdad que jamás escuché ninguna [y resalta la palabra ninguna] canción de Mary J. Blinge en esta planta de la Casa Blanca”.

HA MUERTO UN GRANDE,

 

El Día que Partió de este Mundo, el Premio Nobel de Literatura 

Alemán, Günter Grass

 

Günter Grass, quizás el escritor más famoso, polémico y a la vez representativo de la segunda mitad del siglo XX alemán, murió ayer por una infección en un hospital de Lübeck, la ciudad del norte de Alemania donde vivía. Alcanzó el éxito masivo con su primera novela, El tambor de hojalata,publicada en 1959, y cuatro décadas más tarde logró el primer Nobel de Literatura en 27 años para un autor alemán —antes lo había obtenido Heinrich Böll— por “haber dibujado la cara olvidada de la historia con vivas fábulas negras”, según la explicación que dio entonces la Academia sueca. Ese mismo año, 1999, recibiría el Príncipe de Asturias de las Letras.

 

La vida de Grass está ligada de forma inseparable a los acontecimientos que sacudieron Alemania durante el siglo XX. Nacido el 16 de octubre de 1927 en Gdansk —la entonces Ciudad Libre de Danzig y hoy territorio polaco—, fue reclutado en 1944 por la unidad de élite nazi Waffen-SS y, tras la Segunda Guerra Mundial, estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf.

 

El tambor de hojalata, que narra la vida del niño-hombre Oskar Matzerath, irrumpió en la Alemania de posguerra y recibió tantos elogios como críticas de aquellos que veían en el libro un espejo demasiado real y descarnado del surgimiento del nazismo y de la guerra. La popularidad de esta obra, por la que fue a los tribunales acusado de pornógrafo y blasfemo, aumentó en 1978, cuando Volker Schlöndorff la llevó al cine y ganó el Oscar a la mejor película extranjera y la Palma de Oro en Cannes. “De repente, superó la anticuada norma de las novelas alemanas y ofreció una conexión con la narrativa moderna europea. Supuso un chorro de aire fresco”, resumía ayer al teléfono Roland Berbig, profesor de Literatura Alemana de la Universidad Humboldt de Berlín. “Lo que, por amor, no le había ahorrado a mi país, fue leído como si ensuciara mi propio nido”, respondió Grass a sus críticos en su discurso de aceptación del Nobel.

Pese a que dejó de escribir novelas el año pasado, Grass, gran defensor del canciller socialdemócrata Willy Brandt, no rehuyó casi ningún asunto espinoso hasta el final de su vida. En 2012, publicó el poema Lo que hay que decir, en el que acusaba al Estado de Israel de poner en peligro la paz mundial por su capacidad para producir bombas atómicas. El Gobierno israelí reaccionó declarándole persona non grata y prohibiéndole la entrada al país. En ese poema, el escritor aseguraba que estaba escribiendo con su “última tinta”.

 

Grass, quien pese a su cercanía a Brandt y a otros líderes socialdemócratas terminó distanciándose del SPD, participó en buena parte de los debates políticos de las últimas décadas. En 1990, se mostró contrario a la unificación alemana. “La espeluznante e incomparable experiencia de Auschwitz excluye la posibilidad de un solo Estado alemán”, decía el autor en febrero de 1990, tan solo ocho meses antes de que la República Democrática Alemana se disolviera. Grass abogaba entonces por una confederación de Estados alemanes.

 

En 1989, firmó la carta que reclamó al entonces presidente de Estados Unidos George Bush (padre) un diálogo con Nicaragua. También fue implacable crítico con la política seguida por su hijo, George W. Bush, al que consideraba una amenaza para la paz mundial por su actuación en la guerra de Irak. Defendió a Salman Rushdie cuando recibió amenazas de muerte del régimen iraní por su obra Versos satánicos. Criticó con dureza en 1997 el suministro alemán de armamento a Turquía y la denegación de asilo al pueblo kurdo. Mantuvo una larga y fructífera enemistad con Marcel Reich-Ranicki, el gran crítico literario de la Alemania de posguerra, quien murió en septiembre de 2013.

 

Grass continúo opinando —y molestando a muchos con sus opiniones— hasta el final de sus 87 años. Hace solo dos meses, se preguntaba si, de una forma u otra, no estamos ya viviendo una Tercera Guerra Mundial. “En los últimos tiempos oímos continuamente avisos para impedir una nueva catástrofe como la de la Primera o la Segunda. Me pregunto desde hace tiempo si no ha empezado ya de una forma paralela en Ucrania, Siria y otros lugares”, afirmó.

 

“Deja un legado inmenso, del que todavía queda bastante por publicar o por traducir en España”, asegura en una conversación telefónica Miguel Sáenz, su traductor y miembro de la Real Academia Española. Entre su vastísima obra, que incluye narrativa, teatro, ensayo y poesía, destacan El gato y el ratón y Años de perro, que junto con El tambor de hojalata constituyen la denominada Trilogía de Danzig; así como El rodaballo (1977), En el cuarto trasero (1982), Un vasto campo (1995), Últimas danzas, novela que publicó en 2003; Mi siglo, una recopilación de sus reflexiones sobre cada uno de los años del siglo XX, incluida una sobre el bombardeo nazi de Gernika en la Guerra Civil, y ensayos políticos como Alemania: una unificación insensata.

 

Sáenz, quien lo trató en las reuniones que Grass organizaba con los traductores de sus obras a distinas lenguas, lo recuerda como un gigante de la literatura y un hombre del Renacimiento que, además de escribir, esculpía, pintaba acuarelas, hacía grabados... “Los encuentros con los traductores, que podían durar una semana, no solo eran muy fructíferos porque tratábamos con él directamente sobre los problemas con los que nos encontrábamos en nuestro trabajo. También eran auténticos festines en los que jugábamos a los bolos, él cocinaba una sopa de pescado buenísima y en los que a él le encantaba pasárselo bien y reírse”, recuerda.

 

La bomba estalló el 11 de agosto de 2006. “Por qué rompo mi silencio”, se titulaba la entrevista con Günter Grass que ese día publicaba el gran diario conservador alemán, el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Ya se sabía que el gran escritor y premio Noble se había alistado en las Juventudes Hitlerianas como voluntario y que a los 17 fue llamado a filas por el Ejército nazi. Pero durante la presentación de su autobiografía Beim Häuten der Zwiebel(“Pelando la cebolla”), confesó haber pertenecido en su juventud a las Waffen SS, las unidades militares del cuerpo de élite del partido nazi, a las órdenes de Heinrich Himmler y particularmente activo en la perpetración del Holocausto. A los 17 años, Grass sirvió en Dresde en la Décima División Blindada Frundsberg.

 

De poco sirvieron sus explicaciones de que su ingreso no fue voluntario y que no pegó un tiro. Grass recibió fortísimas críticas de aquellos que consideraban un hipócrita al escritor de izquierdas, destacado antifascista y poco menos que guardián de la moral alemana en las últimas décadas. Le acusaban no tanto de haber cometido un error en su adolescencia como de haber tardado 60 años en hablar de su pasado en una de las divisiones más asesinas del régimen nacionalsocialista. Su explicación es que en todo ese tiempo no “había sabido como decirlo”.

 

El expresidente polaco Lech Walesa pidió que devolviera su condecoración como ciudadano ilustre de Gdansk (Danzig en alemán), la ciudad polaca en la que nació y en la que se desencadenó la II Guerra Mundial.

 

La entonces recién nombrada canciller Angela Merkel también criticó al premio Nobel de Literatura. “No me extraña que ahora le critiquen, porque él nunca se mantuvo al margen en las discusiones públicas. Comprendo las críticas y habría preferido que [su pasado] se supiera desde el comienzo”, decía entonces la líder democristiana y jefa de Gobierno. La misma que ayer mostró su “profundo respeto” y consternación por la muerte de Grass, un escritor que, según Merkel, “marcó como pocos la historia de Alemania, desde el final de la II Guerra Mundial hasta hoy, con su compromiso personal, literario, político y social”.

 

Entrevista con Günter Grass 

 

“No quiero que nadie me excuse: fui de la SS nazi”:  Günter Grass

 

Antes de morir confesó de su propia voz el pecado de haber apoyado a Hitler y también rompió su silencio sobre

Israel. Entrevista de Xavi Ayén.

 

El suave traqueteo del tren y un sol radiante que se filtra a través de la ventanilla predisponen a algunos pasajeros al sopor. Justo al llegar a Lübeck, abren los ojos con un leve sobresalto y sonríen, como si hubieran aterrizado en un cuento de hadas de los hermanos Grimm. El casco antiguo de esta ciudad, con la imponente puerta Holstertor de ladrillo rojo, parece el escenario perfecto para Cenicienta, su príncipe y otros personajes de fábula medieval. Lübeck, construida en la segunda mitad del siglo XIII, es patrimonio de la Humanidad desde 1987, y sus habitantes presumen de haber inventado el mazapán, así como de tres personalidades ilustres: sus hijos naturales Thomas Mann y Willy Brandt, y uno adoptado, el premio Nobel Günter Grass.

 

Günter Grass vive, en realidad, a unos 25 kilómetros, en la pequeña Behlendorf, pero también tiene casa en Lübeck. Una amplísima casa-museo, con una extensa parte  destinada a los visitantes y una buhardilla, más reducida, que es su territorio particular. De hecho, Grass es un ferviente admirador del político socialdemócrata Willy Brandt (1913-1992), a quien le escribió muchos discursos, y también del escritor Thomas Mann (1875-1955), una de sus grandes influencias, quien también obtuvo el premio Nobel de literatura (en 1929, setenta años antes de que lo hiciera el propio Grass). Lübeck es, así, un polo del turismo literario europeo, con dos imanes principales: la Casa Buddenbrook -un auténtico templo consagrado a la familia Mann, que vivió en ella- y la de Grass, inaugurada en el año 2002.  Un completo merchandising local acentúa el culto al escritor: piezas de madera para aguantar libros, tazas, llaveros… incluso botellas de vino Günter Grass, con la etiqueta dibujada por el propio escritor.

 

Nuestro primer contacto con él se produce en el jardín de su casa-museo, a la sombra del enorme “Pleuronecto”, una de sus esculturas gigantes que salpican este espacio al aire libre. El escritor es, también, un productivo artista plástico (como el chino Gao Xingjian) y buena parte de las instalaciones está destinada a mostrar sus dibujos y esculturas, casi siempre relacionados con temas de sus libros. Junto a dos cabezas humanas que emergen de la grava, nos cuenta que “esa señora con tres pechos que ven ahí, por ejemplo, refleja la diosa Aya, que alimentaba a los pescadores con sus ubres y aparece en mi novela ‘El rodaballo’. Después de un libro, suelo esculpir: en comparación con la literatura es algo tonto, mecánico, no necesitas el cerebro, que te puede incluso molestar. Aquí organizamos muestras de otros escritores-artistas: los dibujos de Hermann Hesse u Otto Pankok, las acuarelas de Goethe…”.

 

Subimos con él varios pisos por una estrecha escalera que conduce a un desván en penumbra, donde unas vigas de madera pintadas de azul celeste dan un toque de color. Grass se sienta junto a una amplia mesa, para encender tranquilamente su pipa. Unas escalerillas metálicas conducen todavía a un altillo, que imaginamos último refugio del artista. En el alféizar, reposan otras dos esculturas suyas, éstas de arcilla: dos bailarines entrelazados y una cabeza de la que brota un falo. Al otro lado de la ventana, entre casas de ladrillo rojo, desfila un grupo de niños, todos con un violín en la mano.

 

En una especie de atril descansa una máquina de escribir de las de antes, con cinta de colores. Una autentica Olivetti-Letera, sus favoritas. “¡No, no es una pieza del museo! ¡Yo las utilizo! Tengo varias: una en mi casa de Portugal, donde paso el invierno, otra en la isla danesa de Mon, para el verano, y otra en Behlendorf. Están en una posición elevada porque yo escribo siempre de pie. Para mí, escribir no es tan diferente de pintar o esculpir; escribo en bruto, como si trabajara con arcilla: introduzco irregularidades en el manuscrito y luego las voy moldeando”.

 

En las estanterías se amontonan libros, papeles, carpetas y clasificadores, en un aparente desorden. Hay una pelota de fútbol con frases de escritores alemanes sobre este deporte. Grass mantiene la pipa en la mano, pero se le apaga a menudo, lo que refuerza la idea de que se trata más de una cuestión estética que de otra cosa. En la pared, hay varios cuadros suyos.

 

El autor de “El tambor de hojalata” ha recuperado la energía. Un amigo suyo nos confesó, unos días antes, que el escritor “había sufrido mucho” con la polémica originada cuando sus memorias de juventud, “Pelando la cebolla”, fueron publicadas en Alemania. Las fuertes críticas consiguieron, entonces, abatirle anímicamente. Los hechos que narra en el libro no ofrecen lugar a dudas e interpretaciones: “Milité en las juventudes hitlerianas -nos recuerda ahora-. En la guerra, me presenté voluntario para el ejército, quería ir a un submarino. Pero fui destinado a las SS, los temibles cuerpos de elite del nazismo. En mi caso, no disparé un solo tiro, solamente entre en acción dos veces y fui herido y hecho prisionero por los norteamericanos. Ir a las SS no me causó ningún susto o desconcierto. No tengo disculpa y ese es mi oprobio: creí en el Führer, creí en la Victoria Final de Alemania. Desde los 12 años viví el nazismo con fascinación y deslumbramiento: los jóvenes nos dejamos seducir. De los crímenes de las SS sólo tuve conocimiento después de la guerra, fue algo muy penoso. Pero que nadie se esfuerce: no existe ningún atenuante, no se puede empequeñecer lo que hice diciendo que fue una tontería juvenil ”. Grass tiene todavía esquirlas de metralla que le impiden lanzar piedras con el brazo derecho, como un recuerdo físico, permanente, del horror.

 

Escuchando la dureza con que Grass habla de sí mismo, uno se pregunta: ¿por qué la prensa alemana se encarnizó con él? En realidad, no fue por lo que contaba (una experiencia bélica que compartieron millares de compatriotas suyos), sino porque algunos comentaristas consideraban que alguien con semejante pasado no estaba legitimado para haber actuado tan a menudo, como hizo Grass, de “caza-nazis” y de crítico feroz de los personajes de la vida pública con un pasado político en el Tercer Reich. “¿Cómo se atreve a habernos dado lecciones durante tanto tiempo?”, le dijeron, en letra impresa, diarios de varias tendencias políticas.

 

Grass, combativo, tiene interés en aclarar algunos aspectos de la polémica: “Primero, no ‘confesé’ de repente ahora lo de las SS. Nunca presumí de antifascista, nunca callé que fui voluntario en la guerra. Y, hasta los años 60, siempre, cuando me preguntaban, yo admitía que había estado en las SS. Luego, cada vez me costó más aceptar esa parte de mi pasado, me lo quería ocultar a mí mismo por vergüenza. Yo sabía que en algún momento volvería sobre eso… Sí, lo hice tarde pero, a la vez, nunca es tarde para esas cosas. Lo que no quería, de ningún modo, es maquillarlo”.

 

“¿Quiere saber de lo que realmente me culpo? No es de haber callado durante 40 años algo que ya había dicho antes. Lo que más me duele -y, curiosamente, nadie me ha criticado por ello- es todo lo que no hice y podría haber hecho durante aquella época: cuando a un tío mío lo fusilaron, muy al principio de la guerra, cuando se llevaron a un compañero de clase y a un maestro de mi escuela, cuando un soldado que era testigo de Jehová y se negaba a coger el fusil también desapareció…  Yo no moví un dedo por nadie, ni siquiera hice preguntas, no quería verlo, no quería saber. Mataban gente que conocía, o los llevaban a campos, y yo miraba hacia otro lado. ¿Se da cuenta? Ése es el dolor más grande que tengo, un dolor que ya no me abandonará jamás”.

 

-Algunos dicen que ya no es usted el referente moral de los alemanes.

 

-Estoy encantado de no serlo. La prensa me adjudicó graciosamente el título de ‘conciencia de la nación’, como antes habían hecho con Heinrich Böll, pero yo, simplemente, lo unico que he hecho siempre es hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión. Ahora, la misma prensa, en una campaña atroz de linchamiento, ha roto ese título que me dio. Es una alegría.

 

-Pero ¿qué hay de sus críticas a los políticos, jueces o militares que tuvieron un pasado nazi?

 

-Eran políticos adultos que ocuparon puestos claves dentro de destacadas organizaciones del poder nazi, en algunos casos traicionando a la república democrática anterior: un alto funcionario del departamento de propaganda, un promotor de las leyes de raza… ¿Eso es lo mismo que un chaval, como yo, que tenía seis años cuando Hitler subió al poder? ¿Eso me impide criticar a un viejo nazi como Kiesinger? ¿Por qué? Hoy se publican muchas autobiografías, como la del historiador Joachim Fest (fallecido recientemente), donde todos se declaran antifascistas. Pura invención. Mire, a mi tío Franz, que era cartero y no se metía con nadie, lo ordenó matar un juez militar que continuó ejerciendo después de acabada la guerra. Mi tío dejó mujer y cuatro hijos de mi edad. A ese tipo de personajes los seguiré criticando siempre.

 

En el pasillo de la planta baja, una exposición repasa la biografía de Grass, con profusión de fotografías antiguas. En ellas, le vemos con aspecto de leñador: alto, joven, fuerte, con la cara despejada y un prognatismo (mandíbula salida) que los años y el bigote han suavizado claramente. Algo de la virilidad de aquel muchacho permanece en los ataques a la prensa alemana que ahora profiere Grass. “Antes, en mi país, existía una diferencia entre el ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ y el ‘Bild’, pero ahora el sensacionalismo se ha vuelto una costumbre incluso en los diarios que se llaman serios”.

 

¿Tanto le afectó la lluvia de críticas? “Me pilló en mi casa de Dinamarca. Estaba dibujando, como hago siempre que acabo un libro, y lo seguí haciendo, además de ponerme a escribir poemas sobre todo el follón. No podía dormir, pero la poesía y el dibujo me ayudaron y, en los momentos más duros de insomnio, me entregué a la relectura de ‘Tristam Shandy’, el clásico de Laurence Sterne, que me calmó muchísimo, ¡es increíble lo terapéutica que puede ser una obra maestra de la literatura, en este caso tan divertida! Me devolvió la sonrisa…” De los poemas que escribió ha surgido el libro “Dumme August», recién aparecido en Alemania y que puede traducirse como «Tonto agosto» (el mes más álgido de la polémica) o como «Augusto el tonto», por el payaso de cara blanca en las funciones de circo, que recibe los ataques de los otros.

 

En su libro, hay una anécdota que merecería ser cierta: Grass sostiene que coincidió en el campo de prisioneros con un joven Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI. “Los hechos probados son los siguientes -explica-: Ratzinger fue hecho prisionero en el campo de Bad Aiblingen, el mismo en el que estuve yo en la misma época. O sea, es cierto que coincidimos en ese campo. Y yo conocí allá a un bávaro llamado Joseph, de mi misma edad, cuya aspiración era hacer carrera en la jerarquía eclesiástica. Lo estoy viendo ahora mismo: los dos teníamos piojos, jugábamos a dados y masticábamos comino de la misma bolsa, para distraer el hambre. Él me intentaba convencer de que volviera al catolicismo, con una voz queda y algo fanática, pero yo le decía que quería ser artista. Le hablaba de mujeres, pero él no quería saber nada de eso. Tenía esa manera suave, penetrante, de hablar de los que están persuadidos de tener una creencia verdadera. No dejaba de explicarme que la Inmaculada Concepción era un hecho real. Yo le replicaba hablando mal de la virgen y enumerándole todos los instrumentos de tortura con los cuales se había hecho sufrir a gente en nombre de su venerada Madre de Dios. Él, impertérrito, bajo la lona, me leía textos piadosos en voz baja, de un librito encuadernado en negro, y yo pensaba: ‘Madre mía, ¡este tío no llegará a nada en la vida!’. Unos periodistas alemanes indagaron en el Vaticano, y la respuesta de la Santa Sede ha sido que eso se trata de ‘un asunto privado’”.

 

El tema central de su libro “es la falsedad de la memoria. Cómo nuestros recuerdos siempre mienten: cambian el orden de los hechos, dan sentido a lo que no lo tuvo, embellecen, dignifican… Por eso me limito a lo que hice, a los aspectos concretos, lo objetivo. No quiero divagar-inventar sobre mis pensamientos”.

 

-¿Por eso habla de la violación de su madre por soldados rusos sin asombro de odio?

 

-Cuento lo que sucedió. Sólo supe por mi hermana que la habían violado varias veces. Mi madre protegió a mi hermana, que tenía 14 años, diciendo a los soldados: “Cójanme a mí, dejen a la muchacha en paz”. ¿Podía haberlo explicado de otra forma? No lo sé.

 

-¿No recuerda haber odiado nunca?

 

-No. Para mí, el enemigo era una idea abstracta. Éramos muy jóvenes y nuestra fuente de información era la propaganda. Yo quería huir de mi familia, que me agobiaba, del piso donde vivíamos todos en una sola habitación y del wáter que compartíamos en el entresuelo cuatro familias, quería abandonar la pobreza. Soñaba con ser un héroe de guerra, hundir barcos, hacer explotar tanques enemigos y derribar los aviones aliados que perpetraban ataques terroristas. Llevar uniforme atraía las miradas y reforzaba mi yo interior. Cuando no lo llevaba sentía vergüenza de mis pantorrillas y calcetines.

 

-¿Mató a alguien?

 

-Nunca busqué una diana con el visor, nunca apreté el gatillo, pero solamente viví una semana de plena guerra en el campo de batalla. Tampoco fue por ningún mérito especial.

 

Sacude la pipa en el cenicero antes de volver a llenarla de tabaco y recordar que “siempre le prometí a mi madre que sería un artista famoso. No pensé en ella cuando me dieron el Nobel, ya muy mayor, pero sí cuando leí fragmentos de ‘El tambor de hojalata’ y los colegas escritores me dieron un premio de 4.500 marcos, algo muy importante, mucho más que el Nobel porque entonces vivía en París, era muy pobre, escribía en un sótano infecto que me hizo coger una tuberculosis, y esa cantidad me permitió seguir escribiendo. Fue sólo cuatro años después de la muerte de mi madre y ahí sí me hubiera gustado que estuviera presente”.

 

Algo que le debe a su madre es, por ejemplo, “que me nombrara cobrador de las deudas del colmado familiar. Como no tenía paga, y en cambio sí recibía una comisión de lo que conseguía cobrar, desarrollé una habilidad especial para conseguir que la gente me aflojara el dinero, y eso después me ha servido para mostrarme intransigente con los editores. Por otro lado, esa misma vivencia ha dado riqueza a mi literatura: entré en muchos pisos ajenos y he aprendido cosas interesantes sobre todos los estratos sociales, eso ha sido un material impagable para mi obra posterior”.

 

Pero ese Grass que se sienta directamente a negociar con su editor alemán -a quien imaginamos más acongojado que los morosos del colmado de su familia- no se limita a pedir más dinero para él. “Desde los años 70, por ejemplo, impuse a mi editor que, cada vez que yo escribo un nuevo libro, financiara un encuentro en Alemania de todos mis traductores a otras lenguas, convivo con ellos varios días, les explico los entresijos de la novela y del lenguaje que la acompaña, y ellos me comentar sus dudas… le aseguro que la calidad de mis traducciones ha mejorado notablemente. Me extraña muchísimo que esto no se haya extendido”.

 

Cuando Grass contempla la bahía de Lübeck, al fondo, se acuerda de aquel testigo de Jehová que no quería empuñar un arma durante la guerra. “Al publicarse mi libro, me vino a ver una mujer que conocía su historia completa y me la contó: había coincidido con él como prisionera en el campo de concentración de Danzig. No solamente sobrevivió a ese campo sino que fue embarcado en una nave de prisioneros, huyendo de los rusos, que atracó ahí, en la bahía de Lübeck. El barco estaba atestado de prisioneros, de varios campos, y unos aviones británicos lo bombardearon por error… ¡pero él también sobrevivió!”. El mismo Grass salvó la vida por casualidad, al no saber montar en bicicleta y no acompañar a sus compañeros en una huida en la que fueron abatidos por los disparos enemigos. “Jamás aprenderé a ir en bici, se lo aseguro, mis hijos lo han intentado pero…”. “Tengo seis hijos -aclara-, dos de los cuales son de mi mujer actual, Uta, ¡y 16 nietos! Todo en mi vida es épico, ja, ja. Los hijos hacen su camino y se equivocan o no sin seguir los consejos de sus padres pero, en cambio, ya tengo tres nietos que intentan escribir”, comenta con orgullo.

 

De repente, una voz severa interrumpe el discurso de Grass, que da un respingo.

 

-¡Señor, aquí no se puede fumar!

 

Es el portero, uniformado en gris, del hotel Palace de Madrid, donde, unas semanas después de nuestro primer encuentro en Lübeck, hemos continuado la conversación. Grass apaga su pipa mientras murmura una frase en alemán que, a nuestros oídos, suena algo así como “brrr… polizei!”. Nos explica que “por una enfermedad arterial, me convertí en fumador de pipa a mediados de los 70, antes liaba cigarrillos. Ahora no puedo separarme de ella, sólo la dejo de usar cuando modelo arcilla”.

 

La prensa del día trae la noticia de que se acusa a Ryszard Kapuscinski de haber colaborado con los servicios secretos de la Polonia comunista. Grass, nacido en Gdansk, entonces una ciudad alemana y hoy polaca, afirma que “el fervor cazacomunista de los hermanos Kaczynski es una recaída en lo peor de la historia polaca, es utilizar exactamente los mismos métodos que las dictaduras. Además, ¡qué absurdo! Es lo mismo que sucede en Alemania: se esgrimen los archivos de la Stasi, la temible policía secreta comunista, como si fueran la verdad absoluta. ¡Por favor! Hay gente que se cree a ciegas esos papeles, y olvidan que en muchos casos se trataba de informaciones falsas que proporcionaban soplones de baja catadura”. Grass pasa una temporada en Polonia al menos cada dos años desde 1958 “porque pertenezco a los 14 millones de alemanes que perdieron su tierra natal como consecuencia de la guerra. El mayor logro de la posguerra fue integrar a tantos millones de refugiados. En las dos Alemanias se promulgaron leyes que obligaban a las familias a darnos cobijo. Siempre me he sentido muy vinculado a Polonia y es mi obligación ayudar en la protesta contra este gobierno. En España también he detectado un peligroso auge del integrismo católico, que quiere intervenir en política”.

 

De repente, llega Hans Grunert, uno de sus seis hijos, fotógrafo residente en Madrid, quien lo saluda afectuosamente. Grass nos recuerda entonces que “puse punto final a mi libro de memorias aquí, en Madrid, en un apartamento que alquilé en la plaza Mayor, donde dibujé las cebollas que ilustran los diferentes capítulos”.

 

Pasamos a abordar la sinceridad con que, en el libro, ha abordado aspectos como la sexualidad. ¿Es verdad que, en el ejército, un poco más y se vuelve homosexual? “Bueno, a menudo nos tocábamos los unos a los otros pero esa experiencia no es nada especial, al menos en la época, con una educación militar muy temprana, con miles y miles de jóvenes que pasábamos nuestra pubertad encerrados en cuarteles exclusivamente con chicos. No tuve una relación sexual con una chica hasta los 18 o 19 años”. Pero confiesa que, cuando acabó la guerra, “en lo único que pensaba era en mujeres, dormido y despierto, todos los pensamientos iban dirigidos a lo mismo”.

 

Grass sigue opinando, como siempre ha hecho, sobre política. Mantiene sus críticas a la reunificación alemana: “La realidad ha sido aún peor de lo que yo predije. Yo no me opuse a la unidad alemana, pero sí a que aquello fuera una anexión, una OPA a 16 millones de personas por parte del capitalismo vecino. Todo debía haberse hecho de forma más cuidadosa, lenta y sobre la base del federalismo. Yo propuse una liga de Estados alemanes. Me llamaron de todo: vendepatrias fue lo más suave… Pero ¿qué ha sucedido hoy? La cifra de desempleados es enorme en la gente del este, y el 90% de las propiedades inmuebles y del suelo de la ex RDA ¡está en manos de alemanes occidentales! Es algo terrible…”

 

Sobre la gran coalición que gobierna su país (democristianos y socialdemócratas, los dos principales partidos), cree que “es una enorme aglomeración del poder, que obra por debajo de sus posibilidades. Por ejemplo, han rectificado totalmente su idea inicial de reforma del sistema sanitario, a causa de las presiones de los lobbies ―la industria farmacéutica, las asociaciones de médicos, los seguros médicos…―. Decimos que los enemigos de la democracia son la extrema derecha, la extrema izquierda, los islamistas… Pero, en realidad, podría probar que los que, realmente, están vaciando de contenido nuestras libertades son las grandes industrias, los bancos… fuerzas que actúan con éxito sobre el poder legislativo. Empresas que despiden a gente mientras sus acciones suben, una perversión escandalosa a la que nos hemos acostumbrado, y que dicen, además, cómo han de ser las leyes. Los políticos aceptan su chantaje; si no se les hace caso, amenazan con llevarse sus fábricas al extranjero, y eso da miedo. Una gran coalición habría podido ofrecer resistencia a esto, pero no lo hace”.

 

Antes de despedirnos, Grass explica que “jamás recibí tantas cartas de lectores como con este libro. ¿Y sabe qué me dicen? Que por fin han podido hablar de la guerra con sus nietos, con sus abuelos… Eso, al final, se sobrepone a toda polémica. Hay que hablar, incluso de lo más traumático, sacarlo todo. Yo no he podido o sabido hasta ahora, de acuerdo, pero estoy muy contento de haberlo hecho. Me resultó desagradable hablar con el joven que fui, pero me obligué a hacerlo. Mi generación nunca superará este tema, nunca habrá un punto final. Yo seguiré escribiendo sobre ello, se lo garantizo. Seguiré teniendo la boca abierta. Y mis enemigos tendrán que aguantarse”.

Fue encontrada la osamenta del autor de El Quijote

 Hallado el Ataúd de Cervantes

 

Un ataúd con las iniciales M.C. correspondientes a las del Miguel de Cervantes, que contenía restos de huesos en su interior, fue hallado este sábado en la cripta de las Trinitarias, convento donde desde el pasado mes de abril se buscan los restos del escritor universal, extraviados intramuros del cenobio femenino, hace cuatro siglos. Las iniciales están formadas con numerosas tachuelas de una pulgada de extensión cada una.

 

El hallazgo del ataúd se produjo al mediodía del sábado, según fuentes de la investigación, que mantuvieron un intenso hermetismo ante las dudas que aún albergaban entonces. Sin embargo, todo indicaba este domingo que el féretro, muy carcomido por la humedad y los xilófagos salvo en su cabecera, donde se encuentran insertas las iniciales —que presentan signos de oxidación de color verdoso— albergó el cadáver del Príncipe de las Letras, allí enterrado el 23 de abril de 1616.

 

El equipo investigador que realiza la indagación, y que capitanea en esta fase el médico forense Francisco Exeberria, no se atreve todavía a asegurar de manera incontestable que los restos óseos hallados dentro del féretro pertenezcan a Cervantes.

 

En un primer momento, al introducir un estilete rematado por una microcámara en el interior de una de las sepulturas cuya erosión permitió eludir su perforación previa, se detectó dentro de ella la presencia de material osteológico. Estos restos no presentaban lo que los forenses denominan posición primaria, es decir, exentos e individualizados, sino que los huesos se encontraron mezclados con otros, casi con plena certeza infantiles, que se hallaban a los pies del ataúd y que fueron extraídos al principio de la operación, antes de descubrir la cabecera del ataúd con las letras iniciales.

 

En un primer momento, la euforia se adueñó de los investigadores —más de una decena de ellos se hallaba en el interior del la cripta Trinitaria, situada a 4,80 metros bajo la cota del suelo de la iglesia del convento, donde en la mañana del sábado se había autorizado por primera vez en nueve meses la entrada de periodistas gráficos y literarios a la cripta.

En un momento determinado, muchos de los investigadores se congregaron en torno a una de las sepulturas halladas en el suelo de barro, cercadas por un perímetro de ladrillos cocidos colocados de canto. Aquel desplazamiento permitió sospechar que se trataba de un hallazgo relevante, si bien se dijo entonces que tan solo se trataba de unos huesos de un párvulo, como se denominaba en el siglo XVII a los niños bautizados menores de siete años.

 

Los trabajos de arqueología y de medicina forense se enfrentan ahora al examen detallado de los restos hallados dentro del féretro signado por las iniciales M y C. Su primera tarea consistirá en segregar los huesos infantiles de los procedentes de osamentas adultas. Luego, una vez aislados los de los adultos, discriminarán los femeninos y los masculinos, ya que acostumbran presentar importantes diferencias anatómicas, como los arcos superciliares en los cráneos masculinos, que no existen en los de las mujeres. Más adelante, una vez seleccionados los restos óseos masculinos, se procederá a descubrir si presentan algunas de las lesiones que caracterizaron la osamenta de Cervantes. En aquella, pueden quedar marcas de la atrofia ósea en los huesos del metacarpo de la mano izquierda y los impactos de pelotas de arcabuz en el esternón, procedentes de las heridas sufridas por Cervantes en la batalla de Lepanto. Empero, el esternón, por ser parcialmente cartilaginoso, puede presentar más dificultades para la posterior identificación. Hay dos datos anatómicos más que pueden guiar a los forenses y arqueólogos, tras la detección inicial del georradarista Luis Avial y su equipo dentro de la sepultura. Además de la edad, de 68 años, a la que murió Cervantes, sus restos habrán de presentar la dentatura plenamente desdentada -conservaba al morir solo seis piezas- y una artrosis deformaba, combándola, su columna vertebral.

 

Hay además otros indicadores que ya están siendo estudiados por los investigadores: los restos textiles del sudario franciscano con el que fue presumiblemente enterrado -se unió a la venerable Orden Tercera tiempo antes de su muerte- y la propia madera del ataúd, pues puede datarse su cronología mediante distintos procedimientos analíticos.

 

Segundo volumen que contiene algunas de las muchas publicaciones de prensa escritas por el editor de Mirror Magazine, Sr. José Angel Lagos-Jiménez, quien, con este libro digital, celebra sus 30 años

de trabajo en el periodismo internacional.

Sus artículos han aparecido en periódicos de Alemania, California, Miami, Italia, Guatemala, Costa Rica

y por internet. Con más de 5 mil crónicas, columnas, entrevistas, reportajes, noticias breves, ensayos

y otra clase de labores periodísticas.  Más...

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"De Parte de la Princesa Muerta" y "Un Jardín en Badalpur"

 

Por José Angel Lagos-Jiménez. Periodista/Editor

 

MIRROR-Un día de ocio cualquiera, ingresé a una librería en el centro de la ciudad a husmear los libros, por si habría alguno que me gustara, comprarlo y degustarlo. En la mayoría de las oportunidades, he salido con las manos vacías pues me considero una persona exigente en el momento de elegir mis libros. En todo caso, esa tarde encontré casi escondido en un estante, un libro voluminoso, de formato pequeño, cuyo título es “De Parte de la Princesa Muerta.” Comencé a investigar sobre la marcha y el hecho de que su autora fuera una Princesa sin palacio, sin heredad, y además periodista de importantes periódicos franceses, fueron motivos suficientes para que me interesara de lleno. Además, no era novela, sino una obra autobiográfica bien escrita y matizada con lujo de detalles costumbristas de la Turquía Otomana, el Líbano modernizante y los palacios del Oriente Próximo. El libro prometíame no defraudarme y eso precisamente pasó.

 

            Kenizé Mourad, como y lo he dicho, es una aristócrata sin castillo, sin mansión y sin un Reino que hubiese heredado. Su madre fue la última sultana del Imperio Otomano, la Turquía actual, y el sultanato para el que fue preparada nunca se llevaría a cabo por la razón del estallido de la revolución liderada por el famoso Kemal Ataturk, considerado el padre de los turcos modernos. El exilio de toda la familia Real se produjo sin contratiempos y eso les hizo vagar de país en país, y finalmente del Líbano a París, Francia. Fascina la descripción de los detalles que nos hacen vivirlos más allá de que se trate de una lectura solamente. En eso Mourad merece todo nuestro aplauso.

 

            El arribo a la Capital francesa coincide con la invasión alemana a y las vicisitudes que ello conllevó para la Sultana, la Princesa Kenizé y un fiel mayordomo eunuco llamado Zeinel, quien quería a la niña como si fuese suya. Y el argumento deja entrever que posiblemente era el padre de la pequeña. La descripción de la Francia ocupada por los alemanes también se caracteriza por una riqueza narrativa y detallada, que es del solaz del lector. A no dudar estamos frente a una obra aristocrática que nos hace volar y subir hasta las altas torres de los palacios en Bósforo, Turquía, y descender hasta la más abyecta miseria, cuando la Sultana muere y la niña casi fallece también, abandonada accidentalmente por Zeinel, quien andaba enterrando a su ama en el panteón.

 

            Ese es el final del libro. Ese es precisamente el encuentro del “río con el mar”; pues Mourad deja de narrar su historia personal y, de repente, nos confronta con su realidad, con su supervivencia actual en París y su trabajo de periodista y escritora, a pesar de que es una auténtica Princesa depuesta por una revolución armada.

 

            Bello libro, trágico, dramático, que logras terminar de leer cuando parece que una mano invisible te toma por la garganta y te saca un quejido de dolor y alguna lágrima furtiva. Tal es el dolor que causa el argumento.

 

            Tanto nos gustó “De Parte de la Princesa Muerta”, que fuimos a buscar otra obra escrita por Mourad y, efectivamente, encontramos lo que yo llamo la segunda parte del que ya he relatado, un libro intitulado “Un Jardín en Badalpur.” El antiquísimo Reino en la India, gobernado por un Rajá estricto y nada condescendiente, nada sentimental con su esposa, quien fue la misma Sultana Celma, la madre de Kenizé Mourad. Las costumbres induístas de la casa Real, los movimientos islámicos en contraposición abierta y violenta contra el induísmo mayoritario, que llevaron a la independencia del norte de la India en lo que hoy conocemos con el nombre de Pakistán. Es decir, los musulmanes indúes que se independizaron de la madre India y fundaron su propio país.

 

            La autora no abandona su vena de historiadora ni de maestra de la descripción. Resulta evidente que, tantos años ejerciendo el periodismo, su pluma lograra el altísimo grado de destreza para redactar de una manera gráfica, transparente y también llena de matices, igual al prisma que refracta todos los colores de la luz.

 

            A través de la lectura nos vamos imaginando que el final será el abandono de la esposa turca a su distraído y poco cariñoso esposo indú y así sucede en realidad. Celma vuelve a Estambul, que es el sitio, la ciudad que le corresponde, que ella entiende y que le hace sentir en casa, porque es su verdadera casa. Atrás dejó varias experiencias duras, como la lucha por las porciones de tierra que pertenecían a familiares del Rajá y que les habían arrebatado y de ahí se genera el nombre “Un Jardín en Badalpur”, que es todo lo que ella pide para sí… un pequeño patio, un jardín pequeño, donde apacentar sus penas y recrear sus recuerdos.

 

            Sobra decir que recomiendo leer ambas obras literarias, porque la invitación, la sugerencia, se desprende de mis palabras a lo largo de esta sinopsis. Pero sí afirmo con toda seguridad que, si compran ambos libros, no saldrán defraudados. Son de lo mejor que he leído en mi ya dilatada vida.


 ENTREVISTA CON LA ESCRITORA 

KENIZÉ MOURAD

 

De parte de...Kenizé Mourad, que publica «En la ciudad de oro y plata» (Espasa), nació en París en 1940 y fue educada en un orfanato; hasta los 15 años no supo quién era su madre (la Princesa Selma de Turquía, nieta de Mourad V, el último sultán otomano), y a los 21 conoce a su padre (el rajá hindú Amir).

 

Su madre huyó a Francia en medio de su embarazo, durante la Segunda Guerra Mundial. Bajo la ocupación de Francia, ella murió en la miseria un año después de nacer Kenizé. Fue adoptada. Más tarde pasó a un convento de monjas, y por fin a otra familia francesa. Kenizé Mourad se formó junto al notable filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, en una célula troskista, que le traumatizó, en los años 60. Trabajó durante quince años de corresponsal de guerra en Oriente Medio, y narró su vida en «De parte de la princesa muerta», un éxito de ventas
—Usted estuvo al borde del abismo. ¿Qué veía allí abajo, en el fondo grisáceo de ese desfiladero de almas?
—No hay nada que más deteste que las personas que se sienten satisfechas. Me abandonaron con un año, y pasé la infancia con familias adoptivas y con las «nonas», que me educaron muy bien, que fueron muy abiertas y buenas para mí. No tenía las bases esenciales para comenzar a vivir. Injusticia.
—Con 15 años «descubre» a su madre, la princesa Selma de Turquía, nieta de Mourad V, el último sultán otomano. ¿Su mundo se tambaleó?
—¡Mi mundo se cayó a mis pies! Me convertí en una especie de «adulto amargo», al borde del suicidio.
—Y escribe «De parte de la Princesa muerta».
—Como catarsis. Para hacer entender a Occidente lo que era Oriente.«En la ciudad de oro y plata» muestro a una mujer musulmana emancipada, contraria a lo que se dice o se piensa; muestro un islam muy abierto, contrario a lo que se dice o se piensa. La caricatura del islam la dibujan los extremistas.
—¿Cómo superó su trauma de identidad?
—Comencé a vivir a los 30 años. Con 21 años, supe quién era mi padre. Me lo habían recreado como «musulmán terrible», pero yo me reconocí en él, y en su espíritu de pensar. Era una persona sensible, ideal, un aristócrata indio con ideas de izquierda.
—Usted venía del trotskismo, que la traumatizó.
—Después de tres familias de adopción, sentía que no sobraba. Pero todo eran prejuicios terribles, contra los que yo siempre he luchado, que estuvieron a punto de destruir mi mente, y por los cuales casi me suicidio. Y ahora los prejuicios son peores.
—¿En la España de Franco encontró la libertad?
—Sí. Mi primera libertad fue en Madrid. A los 15 años viví en una pensión de la calle Ferraz, y para mí ¡era un sueño poder entrar a las diez de la noche!, cuando en Francia no me dejaban más allá de las siete de la tarde. Tenía un novio que se llamaba Jesús, con ojos verdes, muy guapo. Para mí, España fue un premio, una esperanza de libertad.
—Su madre sufrió represión en la sociedad india. ¿Cuál es la situación de la mujer hoy allí?
—Muy mala en todas las capas. En la burguesía, la mujer es bastante «libre» para ir a trabajar. Pero cuando regresa a casa esa mujer es la sirviente del hombre. Subordinada. Conocí a Benazir Bhutto, que fue primera ministra pakistaní. Su marido le decía cosas terribles. Él se portaba muy mal, y ella tenía que aceptar lo.
—¿Por qué no se rebelaba contra ese verdugo?
—Desgraciadamente, en Oriente la mujer está por debajo del hombre. Si, como Benazir Bhutto, la mujer es la jefa de la familia, ese sentido de «anormalidad» —digamos— ella lo contrarresta y acepta dejándose insultar. Cristiana, musulmana, hindú, la mujer está en el mismo estado de sumisión.
—¿Cuál es el rol del marido?
—Es el que da las órdenes. Va al exterior siempre; la mujer, de casa a la oficina o viceversa. No se le permite a ella ir a cenar con sus amigas...
—¿Es usted partidaria de quitar todos los velos?
—Sí. Es un símbolo de la burguesía, de ascensión social. La mujer que trabaja en el campo no lo lleva.
—¿Y el burka?
—Es una cosa terrible, que no se puede aceptar. No es algo musulmán. Es una barbaridad que viene de Arabia; hay que saber que todo el barbarismo del islam procede de Arabia Saudí, del wahabismo, que tratan de imponer en todos los países. Si un musulmán, como la mayoría, quiere tener una vida normal, no puede porque siempre existe la amenaza de estos locos extremistas. No respetan el Corán, donde la lapidación no se considera, ni el velo.
—¿Por qué se incumple allí el Corán?

—Cuestión de patriarcado, del «poder» del hombre. Cuando «guardan» o encierran a las mujeres en casa, ellos no tienen problemas. El patriarcado también está en el Mediterráneo: en Sicilia, la mujer no era muy libre. Esos «islamistos» (sic) han interpretado de un modo totalmente loco el Corán.


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Esos Libros de Siempre y para Siempre

 

 

Por José Angel Lagos-Jiménez. Periodista/Editor Mirror Magazine

 

 

MIRROR MAGAZINE- Los lectores con experiencia, los que son asiduos, se diferencian en muchos aspectos de quienes no leen del todo, leen poco o leen por obligación, porque al tomar una obra literaria la rechazan al instante o la aceptan de inmediato. Esto debido a la calidad o a la falta de ésta que le es inherente.

 

Pero también juega un papel importantísimo si el libro es una obra de arte o no lo es; es lo que llamamos clásicos y no clásicos. Y si lo son, se trata de libros que duran para siempre, son perennes, igual a los árboles que perduran por siglos y siglos. Esa es la diferencia entre un libro con calidad, entre un clásico y el que no lo es. Los libros actuales, que se editan tan fácilmente como el vuelo de una mariposa, no perduran, sus autores son olvidados al año siguiente y se considera exitoso alguno de ellos gracias a la propaganda televisiva o por la prensa en general que le dispensa ese enorme favor. Aún así, no perduran, no pasan la barrera del tiempo. En épocas muy lejanas, un libro verdadero, con argumento verdadero, no necesitaba propaganda electrónica según sucede hoy mismo y ahí los tenemos, siempre a la mano o esperando por nosotros para que los compremos y los saquemos del estante de una librería.

 

Toda esta introducción para recordar dos clásicos de la literatura de terror. Uno escrito por el irlandés Bram Stoker, su famosa novela “Drácula”; y Mary Shelley, con su menos famosísima “Frankenstein”. Y me atrevo a decir que si faltan en sus bibliotecas, ya es hora que los adquieran, porque no deben estar ausentes en sus casas. Incluso, son tan buenos, que las vidas personales de ambas autores también son fascinantes. Sobra decir que se han hecho docenas de películas con ambos argumentos y como siempre sucede en el cine, unas han estado apegadas al texto del libro y otras se desvinculan de manera decepcionante del mismo argumento, cosa que pasa muy frecuentemente. Pero la fascinación del legendario caballero de las tinieblas y del monstruo construido con pedazos de cadáveres sacados del cementerio, sigue intocable, y seduce a lo largo del devenir a todos quienes leemos ambos clásicos.

 

Mary Shilley, casada con el escritor y poeta inglés Percey B. Shelley, no era una autora abundante, prolífera; quizás porque sus ocupaciones como ama de casa –aunque tenían doncellas que hacían las labores básicas del hogar-, no le dejaban mucho tiempo; pero el fenómeno artístico radica en que Mary, con su obra “Frankenstein”, superó a su esposo en un 98 por ciento en fama y en trascendencia atemporal. A tal extremo que hoy seguimos hablando y leyendo de ella y casi nada de su marido. ¿Injusticias de la vida? Todo lo contrario. Más bien es la vida actuando con toda justicia en este caso. Su fantasía fue tan humana –o inhumana, según queramos verla-, tan profunda, que, en un momento, pone en comparación los valores del romanticismo, de la sensibilidad, contra los avatares del realismo y de la ciencia. Es cuando cita que el monstruo del Dr. Frankenstein tenía un corazón bueno, dulce y convincente; esto porque su creador de laboratorio sacó del cementerio el corazón de un hombre que había sido bondadoso y, en contraposición, el cerebro que colocó en la cabeza del monstruo, perteneció a un asesino que había sido ajusticiado algún tiempo atrás. Aquí es muy evidente la lucha entre el bien y el mal, entre la espiritualidad contra el raciocinio mal encausado que llevó a la maldad a un mismo ser, en este caso Frankenstein.

 

En lo que estriba a Bram Stoker, se trata del viajero impenitente por Europa que toma una leyenda de un país y la hilvana con otra de distinta nación, hasta tener todos los elementos para redactar su libro. El Conde Drácula es una mezcla efectiva y efectista del aristócrata maldito, que entregó su alma al diablo al romper con el cristianismo por causa del suicidio de su esposa, con el ser diabólico que se alimenta de sangre; pero de mujeres únicamente. Su elegancia, su sutileza al morderlas, su caballerosidad, su elegancia tan lejana de toda puerilidad, pueden encantar y causar temor en la psiquis de una misma persona que lee la obra de Stoker o presencia la película.

 

Y como sucede con las grandes obras de la literatura, la lees una vez y la vuelves a retomar para leerla nuevamente y no te cansa y descubres cosas nuevas que han estado en los subterfugios del argumento. La perennidad está en las dos, igual a los árboles que son capaces de durar siglos enteros de pie, según ya hemos dicho al principio de este análisis.

 

Y como detalle nada usual e ilógico –si el término cabe-, las mismas Iglesias Católica y Anglicana, tan celosas en estos casos, no la prohibieron cuando tuvieron tanto poder; tampoco han dicho siquiera “una vocal” en su contra. Es posible que hayan sido libros predilectos en las bibliotecas de los prelados y nosotros sin saberlo; al fin y al cabo es la lucha del bien contra el mal y gana el primero cuando Drácula es acabado con una estaca en su corazón y deshecho con la luz del Sol; y Frankenstein se “auto-exilia” en el Polo Norte con su amada y desaparecen en una barcaza entre la niebla boreal.

 

 

Nadie que no sea aventurado puede negar la calidad de ambos clásicos que fascinarán a todas las generaciones por más distintas que sean las costumbres entre unas y otras. Gracias Shelley, gracias Stoker. Les decimos arrellanados en nuestro sofá de lectura, al calor de una gratificante taza de té vespertina. 

ESTE NUEVO VOLUMEN DEL AUTOR

ES PARTE DE LA CELEBRACIÓN PERSONAL

Y PROFESIONAL DE SUS 30 AÑOS EN

SU CALIDAD DE PERIODISTA.

TRATA DE ALGUNOS DE SUS ARTÍCULOS

DE PRENSA PUBLICADOS EN DIARIOS

DE LOS ESTADOS UNIDOS, ESPECIALMENTE

DE MIAMI Y HOUSTON; Y TAMBIÉN EN

LA PRENSA ALEMANA.

 

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